El talón de Aquiles

En el nuevo trabajo la cosa ya empezó bastante extraña. Justo había dejado el trabajo anterior para no entrar en discusiones sobre política y coincidentemente aquí se empezó hablando de política desde el primer día. En 20 años de idas y venidas por los trabajos más variopintos jamás había entrado en realidad en esos temas.

Por lo demás parecía normal. Aunque había detalles raros. Existía una clásula en inglés en el contrato (la matriz era holandesa, un tal Van der Burg) que exigía comunicación diaria si en algún momento se optaba por la baja médica. Casi surrealista.

Y el “trabajo” bien, ni siquiera completaban el horario del día, simplemente charlaban de como acometer el proyecto (captación de instalación de fotovoltaica) además de otros temas ya mencionados, muy distendido todo y con un nivel salarial superior a lo habitual en el sector.

Un proyecto pequeño, en un coworking al lado de un hotel de 5 estrellas. El día de la entrevista tomó allí un café mientras conversaba relajadamente con el director comercial. Al final el responsable en España que reportaba directamente a la matriz y el que había organizado todo. Fue curioso ver que la empresa había iniciado su andadura poco después de que renunciara en la anterior.

El primer día comieron en un japonés, práctica habitual en la empresa anterior, donde el jefe los llevaba de vez en cuando a todos en manada. Comentaron algunos detalles que le recordaron a cierta parte de familia lo que le hizo pensar hasta que punto lo habían investigado, no hacen falta muchas coincidencias para entender que no se tratan de coincidencias.

Una de las particularidades del coworking era que podía abrir la puerta con el móvil, a través de un app que exigía permisos para conocer la ubicación. Menudo control. Al parecer querían saber en todo momento donde estaba.

El segundo día que fueron a comer a cargo de la empresa le llevaron a un restaurante chino, horrible, con todas las sillas tapizadas con la imagen de la cabeza de un ciervo y unos pobres peces naranjas a la entrada, demasiado grandes para lo que parecía una maceta de piedra convertida en pecera diminuta. El menú no presentaba mucho mejor gusto, la verdad. En los segundos, en la mitad de los platos a elegir se señalaba entre paréntesis (ligeramente picante) en la mitad de las 8 o diez opciones.

Se decidió por el “pollo gunpao”, el primero de la lista. Su acompañante lo secundó. Era una mujer mayor cuya madre acaba de fallecer y odiaba profundamente al pequeño perrillo que había heredado de ésta. Al parecer el sentimiento era recíproco. Fue la que hizo el comentario que le recordó a esa parte de la familia olvidada.

La jugada debió darse en dos tiempos porque desde la entrevista, al cabo de pocos días, ya notó cierto malestar que le llevó a urgencias incluso antes de firmar el contrato y tras el poco tino de estos (ninguno, en realidad), a pedir hora con el médico de cabecera la primera semana de trabajo, cosa más bien poco habitual. Entendió en seguida la cláusula especial sobre la situación de baja.

Bien, dicen que a los amigos hay que tenerlos cerca y a los enemigos, más aún. Y parecía dispuesto a llevar ese principio hasta sus últimas consecuencias. Volviendo al restaurante chino, fueron muy pronto, sobre la una y algo, de hecho ocuparon la primera mesa del turno.

Advirtió algunas miradas curiosas en las camareras, como disimulando cierta risa. Quién sabe, al final es bueno trabajar de buen humor. Y volviendo al “pollo gunpao”, bueno, pareciera que la salsa no tuviera muchos más elementos que un par de tarrinas de la salsa picante del kebab.

Algo exquisito en pequeñas dosis que resulta vomitivo a cucharas. Al final el veneno lo hace la dosis. Esquivó conscientemente los platos señalados como picantes precisamente para eludir esa situación. Daba igual lo que hiciera o dijera, se diría que ya estaba hecho.

Pero no fue eso todo, al llegar al centro mismo del plato el bocado se tornó ácido como nada que hubiera comido antes. Le duró el sabor de boca dos días. Lo curioso es que en ese preciso momento el jefe le preguntó si estaba todo bien cuando aún estaba tratando de valor que es lo que estaba masticando. Tal vez le viera la cara, sin duda veía algo que él no. “Sí...demasiado picante”.

Tragó su bocado. No ardía, era simplemente el sabor más desagradable que jamás nadie pueda haber probado. No era, desde luego, un error de cocina. Podría serlo lo del picante, aunque tan poco. Eran los términos reales del contrato, a la postre.

Salió del restaurante desairado. Recordaba la frase, de una conversación que en principio no tenía nada que ver con el contenido de su plato, entre aquellas dos personas, le digo el jefe a su supuesta empleada: bueno, supongo que a este ya lo podemos descartar.

“Ligeramente picante”, decía, saliendo del restaurante señalando la carta expuesta en el exterior.

Será porque el resto son “picante de la hostia” de la hostia. La compañera también hizo notar que el plato no estaba bien. Pero no parecía que hubiera tenido la sorpresa del centro. Aunque a saber, al fin y al cabo el mantuvo por el momento la compostura.

Vale. Que tengan lo que quieren. A ver si realmente lo quieren, después de todo. O no. mejor que no lo tengan, tal vez esperaban que devolviera la comida al plato, a saber. Al día siguiente, en el que procedía empezar con la tareas previstas sacó su jefe del coworking con la excusa de hablar en privado. Era un día especialmente frío comparado con los anteriores.

-¿Quién ha montado este circo?

Se escapaba la risa por dentro mientras trataba de seguir en su papel…:

-...estás ofendiendo a la empresa y...

-No, aquí la parte ofendida soy yo.

-...si algo está mal en un restaurante…

-Eso no es un error de cocina. ¿Qué te han contado de mí y quién ha montado este circo?

-...oye, no tengo tiempo para...

Tuvo que insistir para que entraran en el bar de la esquina, hacía frío y se le estaba secando la boca. El jefe por supuesto no tomó nada.

-O entramos o me voy.

Finalmente accedió. El resto de la conversación continuó en similares términos, seguía en su papel.

“Ves al médico”. “Diles que me dejen en paz”. “Se lo diré”, acabó reconociendo incrédulo. Sin duda sabía una pequeña parte que ocultaba, pero estaba muy lejos de comprender todo. Así funciona.

El peón es completamente ajeno a la estrategia de cada color, incluso al resto del propio tablero. Simplemente es movido.

Al cabo de unos días recibió un mensaje extraño en el móvil. Al parecer alguien había hecho una compra en el Zara de un centro comercial pijo y había puesto mal el móvil, le había llegado a él.

¿La compra? Apenas se veía en la foto, un chaleco de mujer blanco bordado. Nada se distinguía en la imagen y sólo se adivinaba un trapo blanco. Curioso. ¿Una bandera blanca?

La gente no tiene ni el tiempo ni la sensibilidad para prestar atención a determinadas sutilezas. No comprenden como funcionan algunas cosas. Casualidad, diría cualquiera. Y sin duda podría serlo. En función del contexto. Y en ese tiempo y ese contexto más que un error parecía una bandera blanca. La tomadura de pelo de entrevista que hizo una vez para Zara le recordaba bien la clase de gente con la que trataba. Ese tipo de gente que inicia una guerra enarbolando una bandera blanca.

Con tales seres, no existe posibilidad alguna de paz ni de dar ningún crédito a sus palabras, no conocen más que la mentira. Negarán, suplicarán, fingirán. Y seguirán mintiendo. Hasta las últimas consecuencias. El honor les es simplemente impropio.

La ecografía que ordenó el médico no reveló nada relevante. Aún así las molestias persistían. Fue él mismo el que sugirió una analítica ya que hacia mucho tiempo que no pasaba una revisión.

Se postergó un mes desde la visita. Al poco segunda ecografía, de nuevo sin hallazgos. Aunque él sí vio en la pantalla una forma esférica la segunda vez, pero quién sabe interpretar esas imágenes. Fue curiosa la casualidad de que ambos responsables tuvieran acento argentino, en la primera y en la segunda. “Organificas”, dijo el primero, cuando el asistente lo llamó al ver algo que no le pareió claro. La analítica sí que reveló un exceso significativo de neutrófilos, sin duda muy organificado.

Y bueno, si te han de envenenar, qué menos que sea en un hotel de 5 estrellas, ¿no?

***

En otro orden de cosas, en principio sin relación, a veces se quedaba sin tabaco en mitad de la noche. En esas ocasiones solía recurrir a una gasolinera cercana. Lo hizo durante varios años sin el menor problema, no es complicado: hace la cola, si hay, pagas, recoges el tabaco y te vas. Lo normal.

Sin embargo en el último año o así, había una cajera un poco especial. Siempre que ibas estaba ocupada haciendo alguna otra cosa. Y te indicaba que esperaras para ser atendido. Más bien parecía fingir hacer algo, y fuera lo que fuera lo podía hacer en cualquier otro momento en el que no tuviera un cliente esperando. Es esa clase de juegos de poder psicológicos, sutiles.

Las primeras veces que lo hacía aguardó con paciencia. Un día le cogió de peor humor y picó con fuerza en el cristal incomodándola notablemente. El rostro se le enrojeció de ira. Entre ira y vergüenza. La vez siguiente que le hizo lo mismo ni siquiera compró el tabaco allí, salió de la cola recordándole a la puta de su madre y andó unos cientos de metros más hasta otro establecimiento más cabal.

Pero el asunto le dejó escamado, no era en absoluto normal. Ese tipo de provocaciones obviamente conscientes, con una perfidia impropia de un ser digno de llamarse humano. Al volver lo primero que hizo fue indagar en esas páginas con información de empresas. ¿Tal vez fuera la dueña que cubriera el turno de noche y su orgullo engreído le impidiera realizar sus tareas de una manera mínimamente razonable?

Y así buceó en algunos nombres, nombramientos y cargos… “Massó”. Curioso. Y en uno de los cargos secundarios encontró una coincidencia llamativa. Uno de los cargos, tras algunos movimientos en los años recientes, a su vez tenía cargo en una empresa de un sector muy distinto. Una app para el móvil que se utiliza en principio para controlar accesos y que pide permiso para conocer la ubicación del dispositivo. Parece que había encontrado el talón de Aquiles.

“No eres tan importante”. Ésa fue una de las frases que le espetó el responsable de la empresa con matriz holandesa.

Tal vez no. Pero se diría que algunas personas se han tomado muchas molestias para producir no pocas molestias. Como mínimo tenerlo contratado un año, recontratarlo unos meses después con otra… Es curioso porque en una de las primeras comidas con la empresa anterior el jefe de allí hizo ciertos comentarios sobre el picante. Pero la gente no tiene memoria, ni tiempo sin sensibilidad para prestar atención a ciertas sutilezas.

Y crear una sucursal local en el país para contratarlo de nuevo. De las molestias ocasionadas en el funcionamiento de sus ordenadores privados, para qué abundar en ello. Muchas molestias, se han tomado. Para no ser tan importante. ¿Y todo por qué?

Por exponer la verdad. Por denunciar los abusos de una élite cobarde y oculta cuyo negocio es poner a otros a hacerse la guerra y patrocinar genocidios, desde hace siglos. Desde que el mundo es mundo, se diría. Al parecer no perdonan a los rusos lo que hicieron con los Romanov, quién sabe. Porque al final, tras años de estudio en diversos campos, la tesis que apunta a las 13 familias parece fundamentalmente acertada.

Bien se encargan de que la gente no sepa nada de lo que hay que saber, el poder del dinero es un poder omnímodo, se diría. Y ni siquiera aquellos que llevan a cabo sus designios saben qué sucede. Pensarán que lo hacen por alguna buena causa, guiados por alguna mentira y dando servicio al final a aquellos que les encadenan, tanto a ellos como al resto. Ni siquiera son conscientes.

No hay razón para hacer mucho drama de ello, al fin y al cabo la vida no tiene mayor interés rodeado de veneno. Y ni siquiera es la primera vez que lo intentan, ya en 2008 desaparecieron unos análisis de un centro médico privado tras un episodio… digamos, peculiar. Fue por esas fechas cuando empecé a prestar atención a determinados asuntos que hasta entonces había ignorado. Lo que llaman “conspiraciones”, en resumen. Y dirán que todo esto es la película de un esquizofrénico, sin duda. Pero la mala película es la realidad en que cree vivir la mayoría. Podría llevar por título: Inopia. Y aún se repite a veces el sabor, tras más de un mes. El de su ponzoña sin duda nos rodea toda la vida.

Golpean sin ser golpeados, se cuidan mucho de ofrecer un blanco donde devolver los golpes. Aunque lo cierto es que están bien identificados, con nombres y apellidos. No hay que engañar a nadie, si consideras que hay cosas aún interesantes que hacer en la vida dedícate a otros asuntos, porque estos suelen llevar al final del camino. No son palabras para tomar a la ligera.

***

Todos los jefes tienen un jefe, excepto el último. Puede que esas 13 familias sean el final del camino, o puede que no. “How long shall they kill our prophets while we stand aside and look, some say it’s just a part of it, we’ve got to fulfill the book”.

www.youtube.com/watch?v=yv5xonFSC4c

La estrofa anterior es de Redemption songs, de Bob Marley. Si uno presta realmente atención no es difícil comprender qué pasa. Yo no me perdería un detalle del video, claro que, como ya he avisado, las apuestas en esta mesa son altas. Algo que sin duda Marley averiguó. Y muchos otros, más conocidos y menos. La lista es seguramente interminable y qué duda cabe que, siendo como son las cosas, el mayor honor es poder inscribir tu nombre en ella.

Quién sabe, quizás el día que muera el último profeta los arsenales nucleares del mundo se activen automáticamente en su trayectorias predefinidas y esta vez sea por fuego en lugar de por agua. Y la canción sigue:

Emancipate yourselves from mental slavery, no one but ourselves can free our minds, have no fear from atomic energy ‘cause none of them can stop the time”

Supongo que al final todos tenemos un talón de Aquiles.