Parece que nacemos con la culpa a cuestas. La tradición de la que procedemos la tiene muy en cuenta desde el pecado original. Fuimos culpables de algo y nos expulsaron del paraíso. La condena de la culpa es una losa que arrastramos y que, en ocasiones, nos hace la vida imposible. Vivir en el sufrimiento es nuestra condena. Creemos no estar a la altura, ni ser como deberíamos ser. La exigencia nos atenaza y acabamos sintiéndonos culpables de forma irremediable. Todo poder, no sólo el religioso, ha utilizado este mecanismo para dominarnos.
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