“El cruce del Estrecho de Gibraltar fue ejecutado con sigilo, envuelto en niebla y noche”, anotó una de las crónicas recopiladas siglos después por Ibn Idari en su Bayān al-Mughrib. En efecto, el desembarco almorávide en Algeciras no implicó sangre derramada sobre la arena. Fue una cesión ritual: la primera cabeza de puente de un Imperio Africano en suelo europeo, después de la caída de Cartago.
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