Hace unos días me vi envuelto en una conversación sobre el trajín de vivir. Intercambiamos afables frases protocolarias y lugares comunes, hasta que de imprevisto mi interlocutor sentenció: «Al final de lo que se trata es de ser feliz». Quizá fui muy brusco, pero le contesté que a mí cada vez me interesa menos la felicidad. No había ni cinismo ni impostura en mi respuesta, pero nada más pronunciarla me amonesté a mí mismo y recordé la advertencia que Edgar Cabanas y Eva Illouz comparten en su fantástico ensayo Happycracia: «La felicidad parece
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Curiosamente, ocurrió una serie de cosas que me hicieron hacer las paces con un montón de otras cosas que ocurrieron. Si me preguntan si soy feliz, digo que sí.
El placer es: Qué bien me siento, quiero más
La felicidad es: Qué bien me siento, no necesito más
La mayoría pretende la felicidad buscando placer y ese es un camino sin fin
Estar así es la buena vida, lo malo es cuando crees que la felicidad depende de cosas ajenas a ti, normalmente derivadas de fantasías infundadas. Ser realista, y disfrutarlo, es la buena vida, pero quien puede controlar eso? Quien puede dejar de anhelar a alguien y que se dispare la dopamina al recrear momentos con esa persona, reales o imaginarios?
Tener una buena vida y disfrutarlo, es muy complicado, por mucho que intentes convencerte de que eres feliz y tienes lo que quieres.
Nunca tendrás un dinosaurio
Es una vida sosa, casi aburrida, mediocre hasta decir basta, pero también es una vida ajetreada, con gente que me quiere y a la que yo quiero, muchas cosas por hacer y lo único importante es tener la capacidad de disfrutarlas, incluso los días malos son "buenos" porque cuando los superas es cuando tienes la referencia de lo afortunados que somos de tener días buenos y muy buenos.