Hay una escena en Pretty Woman —una de esas películas que todo el mundo finge no haber visto más de tres veces— que merece ser estudiada en los simposios de filosofía política y en las cenas de gala de los fondos buitre. Julia Roberts entra en una tienda de Rodeo Drive, vestida con esa mezcla imposible de inocencia y lycra, y dice con una sonrisa de niña traviesa: «En realidad no es mi tío». La dependienta, sin cambiar el gesto ni la manicura de sociópata, contesta: «Cariño, nunca lo son».
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