Me dirijo ahora a las niñas y niños que puedan leerme y entenderme: negaos a confesar, pues nadie tiene derecho a entrar en vuestra intimidad. Sabed, además, que los confesores os juzgan desde unos dogmas y doctrinas muy discutibles. Si os veis obligados, sabed también que estáis en vuestro derecho –en legítima defensa ante quienes acechan vuestras mentes–, de ocultar todos los pensamientos, deseos y sentimientos que os dé la gana; son vuestros y de nadie más. ¿No es el cura el intermediario de Dios, que todo lo sabe?, pues que le pregunte a Él
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