No hubo milagro en Zaragoza contra la plaga y nos quedamos compuestos y sin fiestas. La plaza del Pilar lució tan desangelada como acostumbra, sin ese aparatoso alud de flores que emperifolla a la Virgen cada 12 de octubre. Desde el Moncayo, el cierzo inmisericorde campaba a sus anchas sin estorbo. A finales de los años treinta del siglo XX, la basílica del Pilar y la catedral de la Seo estaban separadas por manzanas de edificios que se arracimaban con descaro hasta la basílica, formando frente a ella una discreta plaza arbolada adonde desemboc
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