En 1623, buscando reliquias de santos, el obispo español de Cerdeña encontró la tumba de uno del siglo IV, extraño y controvertido: Lucifer de Cagliari, que tiene dedicada una iglesia en Cerdeña. Nunca se apartó de la ortodoxia católica, lo que hizo que no se le declarase cismático; pero su furibunda oposición a conceder el perdón a los herejos confesos de arrianismo, a despecho de lo dictado en el Concilio de Alejandría, le llevó a recluirse en su isla y fundar una secta cristiana con sus leales. Se llamaba Lucifer de Cagliari.
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