La sola mención de esa palabra de tres letras era suficiente para que una ola de terror se extendiera por todas partes. Silbatos, sirenas, campanas y carracas daban la alarma mientras que el personal sacaba atropelladamente las máscaras antigás de sus fundas antes de que aquella porquería les atacase los pulmones y les arrastrara a una de las peores muertes imaginables.  
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