La mayoría de las fronteras del planeta se han establecido a través de guerras, y la que hoy nos ocupa no es una excepción. Ahora bien, esta guerra no fue una guerra convencional. No hubo bajas, ni heridos, ni nadie disparó una sola arma. Fue una guerra incruenta que se libró a base de botellas de licor, y cuyo resultado es la frontera más al norte y más joven del mundo, la tercera más corta, pero sobre todo la más absurda y la mejor. Hoy, en Fronteras, la Isla de Hans: la frontera terrestre entre Canadá y Dinamarca.
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