En uno de los capítulos de su libro de recuerdos, “El mundo visto a los ochenta años”, Santiago Ramón y Cajal arremete contra los profundos cambios que se produjeron en la vida de la ciudad de Madrid con la llegada de los primeros automóviles. “Pasmados quedarían Fígaro, Moratín o Mesonero Romanos si resucitaran y vieran las alegres calzadas de San Jerónimo y Alcalá, la Puerta del Sol y la calle Mayor, antaño embellecidas por el garbo y gracejo de manolas y los madrigales de poetas, señoritos y chisperos, convertidas en pistas de carretas”.
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