Como todo sistema político y social basado en una única idea –en este caso un culto monoteísta– el cristianismo llevaba desde su nacimiento la semilla de la intolerancia, y solo era cuestión de tiempo que su mensaje original de amor acabara pervirtiéndose. Al fin y al cabo, se trata de una superstición milenarista con numerosos ritos heredados de la Edad de Bronce...  
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