En muchos sentidos, siento que no deberíamos estar contentos con lo que tenemos. Vivimos en un mundo de tremenda desigualdad y crueldad, corriendo hacia un muro medioambiental. No sólo eso, sino que algunas de las mejores personas que conozco son persistentes crónicos: saben cómo no aceptar lo inaceptable. Pero también vivimos en una economía que se beneficia y genera a propósito sentimientos privados de carencia, necesidad, comparación y envidia.
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