El Encín era un enorme laboratorio al aire libre. Uno con un diseño tan peculiar como su propósito. El campo era circular y estaba formado por una serie de anillos concéntricos dispuestos en torno a un eje. En el centro había un círculo de 25 m de radio con un invernadero hexagonal desmontable. Dentro contenía un sarcófago de plomo que alojaba la fuente de radiación con la que operaban los científicos, Cesio137 procedente de barras usadas de reactores nucleares americanos.
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