Podemos afirmar con rotundidad cuál será la nueva sociedad. Puede parecer que esto que comento estaba en nuestras mentes, que nosotros lo creemos conforme leemos este texto. Nada más lejos, lo que se comenta aquí viene siendo vox populi por parte de numerosos filósofos en la Historia. Para mi persona, el referente más cercano es Ortega y Gasset quien, en La rebelión de las masas ya advertía sobre la llegada del hombre-masa. Un ser que no quiere dar razones ni quiere tener razón. Y podemos definir así al hombre que ama lo que este nuevo siglo ha brindado: desde pequeño nace con la constante opresión de las comodidades humanas e incluso aparecen exigencias sociales del plano tecnológico sobre los más pequeños. ¿Quién no conoce una familia en la que sin haber llegado siquiera a la adolescencia, los hijos ya exigían un móvil, una tablet y un ordenador?
Podréis preguntarme cuál es la conexión entre la tecnología y el ser político. El ser político es aquel que bebe de lo que cree y se expresa sobre lo que cree. No quiere escuchar lo que otros dicen; y cuando me refiero a escuchar hablo en un sentido profundo, incluso metafórico. Digo escuchar de verdad. Pararse un tiempo suficiente para la reflexión y cuestionar por qué creo lo que yo creo, por qué no creo lo que otro me dice; aún más, ¿cuál es el trasfondo mediante el cuál me lo dicen? ¿Qué historia hay detrás de ello? Ese es el verdadero problema, que no escuchamos a los demás. Creemos que vemos el mundo con la verdad absoluta y que los argumentos del contrario son solo parte de una elucubración sesgada.
La tecnología ha facilitado la proliferación del ser político frente a los seres indiferente y filosófico. En un libro que estaba escribiendo, pero el cual dudo si finalmente terminaré (porque la actualidad de nuestros días exige a un escritor constante, actualizado y presente; es decir, personas que detallen la actualidad con profundidad mediante artículos y otros textos periodísticos, de consumo rápido y palabra certera) hablaba de esto. Diferenciaba entre el ser indiferente, aquel que no es despierto respecto al tema social y político; el ser filosófico, que analiza profundamente las causas y posibles consecuencias y por último, el ser político, comparable al hombre masa de Ortega.
Las razones se pueden entender fácilmente aunque, en mi opinión, podría ser doloroso entenderlas. La tecnología nos ha brindado la oportunidad de que podamos acceder con asiduidad a los textos más recónditos de toda la historia del ser humano, en cambio, ante un abrumante y abundante mundo de sabiduría, decidimos lanzarnos a la ignorancia. Deidificamos referentes que generalmente tienen un escaso o mediocre nivel intelectual para elevarnos a un altar de supremacía política: véase cualquier político de alto nivel del panorama político actual. Hemos abandonado el pensamiento propio: ¿dónde quedan Platón, Aristóteles, Epicteto, Santo Tomás de Aquino, Francisco de Vitoria, Locke, Hume, Kant, Rousseau, Montesquieu, Heidegger, Sartre, Ortega y Gasset...? Tenemos toda la filosofía, sociología, política, economía, física, matemática e historia de que ha existido hasta la actualidad para cerrar los ojos y doblar el lomo ante la sociedad actual.
La expulsión de Donald Trump así como de la indignación por parte de sectores políticos de diferente índole, como comunistas, liberales que ponderan la libertad de expresión por encima de la propiedad privada, nacionalistas, y muchos otros que crean que el Estado debe mantenerse erguido frente a la globalización y las multinacionales es de dudosa legalidad y legitimidad; pero ese no es el problema. Como se ha señalado por parte de diferentes intelectuales de distinta índole, es el inicio de un mundo de sectas.
Secta, como define la Real Academia Española: "Comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos". ¿Os dáis cuenta de los problemas que esto puede conllevar? Las sectas se moverán hacia un aumento de la polarización del distinto; la muerte del pensamiento crítico y el fanatismo más absoluto. En términos de revueltas -reales y no como las del Capitolio-, esto podría suponer una inestabilidad política y social en Occidente a niveles que no hemos vivido desde el tiempo de entreguerras. Constantes revoluciones, intentos de asalto al poder y, por contrario, vuelta a los totalitarismos en aquellos lugares donde el Estado sigue siendo fuerte, como defendía Aldous Huxley en Nueva visita a un mundo feliz. Un mundo apocalíptico.
Es por ello, que he de levantar la voz en favor, no de Trump, sino de la libertad individual por encima de las multinacionales que ostentan el máximo poder en la actualidad. No hemos conseguido una Declaración Universal de los Derechos Humanos para limitar el poder del Estado frente al individuo para arrodillarnos ahora ante una posible dictadura de las multinacionales, donde estas suplanten eventualmente al Estado. He de decir, por ende, que levanto la voz en favor de la democracia.
Es mi primer artículo en Menéame, espero que lo hayáis disfrutado. Os estaré leyendo.