Por qué los pensamientos no pueden ser materiales

Es habitual afirmar que los estados mentales —imágenes, voces internas, sensaciones de dolor— serán explicados completamente por la neurociencia cuando conozcamos mejor el cerebro. Sin embargo, esta afirmación pasa por alto algo: no se trata de un problema técnico, sino de una imposibilidad conceptual si se adopta una ontología estrictamente materialista.

Con esto no se está cuestionando la dependencia del pensamiento respecto al cerebro, se cuestiona algo distinto y más profundo: la identificación del contenido de la experiencia con procesos físicos.

1. Correlación no es identidad

La neurociencia ha demostrado correlaciones entre actividad cerebral y estados mentales. Ciertas lesiones eliminan capacidades cognitivas; ciertos estímulos activan áreas concretas; ciertos patrones neuronales acompañan al dolor, al lenguaje o a la imaginación. Nada de esto se discute.

Pero de estas correlaciones no se sigue que la experiencia consciente sea idéntica a la actividad neuronal. Que romper una radio impida escuchar la música no significa que la música sea la radio.

2. El problema: experiencia no es una descripción

Pensemos en una imagen mental, por ejemplo, imaginar un rostro o un paisaje. Podemos describir con enorme detalle qué áreas cerebrales se activan, qué neuronas disparan, qué neurotransmisores intervienen, con qué intensidad y durante cuánto tiempo. Pero ninguna de esas descripciones es la imagen.

La imagen mental no tiene: masa, carga eléctrica, extensión espacial, localización física. Y, sin embargo, existe como experiencia.

Esto no es una laguna del conocimiento científico, es una diferencia de tipo. Una descripción física es un conjunto de datos en tercera persona, mientras que la imagen mental es una vivencia en primera persona.

Ninguna cantidad de datos objetivos se convierte en una experiencia subjetiva.

3. El salto imposible: de tercera persona a primera persona

La ciencia, por definición, opera desde la tercera persona, pero la experiencia consciente es irreductiblemente de primera persona: es privada, cualitativa, accesible solo al sujeto.

El problema no es que aún no sepamos cruzar este puente, sino que es que no existe un puente conceptual que permita deducir una experiencia a partir de una descripción externa.

No hay ninguna ecuación, por compleja que sea, que transforme: “actividad neuronal de tipo X” en: “así se siente el dolor”.

4. El caso del dolor

Tomemos el dolor. Podemos describir: la activación de nociceptores, las vías espinales implicadas, la respuesta cortical, la función adaptativa del dolor... Pero ninguna de estas descripciones es el dolor.

El dolor no es una frecuencia, ni una intensidad eléctrica, ni un flujo químico. El dolor duele, y “doler” no es una propiedad física. No es medible, no es localizable, no es transferible.

5. El experimento de Mary

Imaginemos a una científica que conoce absolutamente toda la neurociencia del color: longitudes de onda, vías visuales, activación cortical, modelos computacionales. Pero nunca ha visto el color rojo. Cuando lo ve por primera vez, aprende algo nuevo: cómo es ver rojo.

Ese conocimiento no es una nueva teoría física. Ya las conocía todas. Es una experiencia que no se deduce de una descripción objetiva.

Esto demuestra que el conocimiento físico completo no agota los hechos sobre la mente, la experiencia añade algo ontológicamente distinto

6. Por qué la analogía del software no explica nada

Se suele decir que el cerebro es como hardware y la mente como software. Pero esta analogía no resuelve el problema.

Un software no experimenta, no siente dolor, no ve colores, no oye voces. El software simula, pero no experimenta nada.

Decir que la mente es “como software” no explica la experiencia consciente; simplemente la da por supuesta. El problema no es cómo se procesa la información, sino por qué hay alguien para quien hay algo que procesar.

7. El “Dios de los huecos”

Este argumento no afirma: “no sabemos cómo ocurre, luego hay algo sobrenatural”.

Afirma algo distinto: “sabemos qué es la materia, y la experiencia consciente no tiene las propiedades de la materia”.

No es una apelación a la ignorancia, sino a la estructura conceptual de las teorías. Ningún avance científico puede convertir una descripción objetiva en una vivencia subjetiva, del mismo modo que ningún avance puede convertir un número en un sonido.

8. Conclusión

Las imágenes mentales, las voces interiores y el dolor no son misterios técnicos pendientes de resolución científica. Son fenómenos que no encajan ontológicamente en una descripción puramente material del mundo.

La neurociencia explica las condiciones necesarias de la experiencia, pero no la experiencia misma. Si hay experiencia, entonces la realidad no se agota en lo describible desde fuera. Y ese hecho, nos guste o no, impone un límite real al materialismo.

Que el materialista piense: "bueno, quizás no lo podamos explicar, pero seguro que es algo producto de la materia" es un "Dios de los huecos invertido" (no sabemos explicar algo, pues será que es Dios) o un acto de fe tan grande en la ciencia o en el materialismo, como el que se le critica al creyente en Dios.

9. ¿Qué tiene que ver todo esto con el “alma”?

Llegados a este punto, es razonable preguntar si hablar de una dimensión no material de la experiencia equivale a introducir una noción pre-científica como el “alma”. La respuesta depende de qué se entienda por ese término.

En filosofía, “alma” no significa una entidad mágica separada del cuerpo, ni una explicación alternativa a la neurociencia. Significa algo diferente: el principio por el cual un ser vivo experimenta, comprende y actúa intencionalmente.

Históricamente, el alma no se introdujo para rellenar lagunas empíricas, sino para dar cuenta de fenómenos que no pueden describirse en términos puramente físicos, como el conocimiento, el significado o la experiencia subjetiva.

10. El alma como explicación, no como añadido

Si aceptamos que: la experiencia consciente existe, tiene contenido y cualidad, no es reducible a descripciones físicas, pero depende del cuerpo, entonces necesitamos una categoría ontológica que explique esa dependencia sin identidad.

El concepto filosófico de alma cumple exactamente esa función. No añade fuerzas ocultas ni viola leyes naturales. Simplemente nombra el hecho de que el organismo humano no es solo un sistema físico, sino un sujeto de experiencia y comprensión.

11. Alma ≠ “fantasma en la máquina”

Una confusión frecuente identifica el alma con un “yo flotante” que habita el cuerpo. Esa imagen no es necesaria ni defendida por la tradición filosófica clásica. En esa tradición, el alma no es un objeto localizado, no compite causalmente con el cerebro, no reemplaza procesos neuronales. Es el principio organizador que hace que un conjunto de procesos físicos sea una experiencia vivida y significativa.

Del mismo modo que “vida” no es una molécula más, sino el principio que organiza la materia viva, “alma” nombra el principio que hace posible la vida consciente.

12. Por qué no es una hipótesis científica (y no tiene por qué serlo)

Exigir una prueba experimental del alma es tan improcedente como exigir un experimento para demostrar que los números no pesan, los significados no tienen color, las leyes lógicas no ocupan espacio.

La ciencia describe cómo funcionan los procesos. La filosofía aclara qué tipo de cosas son.

La única forma de evitar esta conclusión es negar la realidad de la experiencia subjetiva: reducirla a una ilusión o a una manera de hablar.

Pero esta estrategia tiene un coste elevado: elimina la noción de verdad, socava la racionalidad del pensamiento, convierte la ciencia en una narrativa sin sujeto.

Si no hay experiencia real, no hay conocimiento real. Y si no hay conocimiento, el materialismo que pretende explicarlo se autodestruye.

13: la pregunta incomoda: ¿De dónde procede una realidad inmaterial capaz de verdad, significado y racionalidad?

La materia, tal como la entendemos científicamente, carece de interioridad, significado, normatividad (verdadero / falso, correcto / incorrecto). Si la mente humana posee estas propiedades, entonces: o bien emergen de algo que ya las contiene en algún sentido, o bien aparecen de la nada, sin fundamento.

La segunda opción no es una explicación, sino una renuncia a explicar. La única explicación coherente es que dicha realidad inmaterial proceda de un ser igualmente inmaterial.