“El multiculturalismo es en UK algo de lo que jactarse”. Aforismos transcritos

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El otro día al salir del tren oí a una mujer asiática, casi sin acento, explicarle a su amiga, negra, que la noche anterior no había podido cumplir con el cometido x, o más bien no había querido, por haber estado tumbada en la cama con su perro viendo Netflix. Asia y África.

 

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Todas las mujeres jóvenes de la Gran Bretaña, del sur al menos, hablan con un molestísimo deje de voz al que se conoce como “vocal fry” que al parecer se originó en California y se propagó vía hembras señeras como estrellas de la MTV, actrices guapas y una tal Kardashian. En las cuerdas vocales hindúes, coreanas, francesas, musulmanas, africanas, protestantes, ateas, resuenan ecos de California. Resplandece el multiculturalismo en lo cotidiano.

 

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También en las estaciones de tren, que son como la plaza o el mercado de las naciones atrasadas, refulge con los primeros rayos de sol el crisol cultural. Es pacificadora la imagen de trabajadores sosteniendo envases de café take away marca Costa. (Costa es una cadena omnipresente, muy bien situada por lo general y que vende unos cafés terribles aunque bastante voluminosos a un precio exagerado). Es la mañana igual para todos nosotros; nos reunimos.

 

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Como reclamo, el multiculturalismo ha calado. En ningún lugar se nota esto tanto como en las ofertas de trabajo. Por una parte están los disclaimers, un pequeño aviso al final del texto en el que la empresa declara no discriminar por motivos de raza, etnia, sexo, religión y etcétera. Normalmente todas las ofertas recurren a una misma fórmula en su redacción.

    On the other hand tenemos las empresas que, entre otros atractivos como el siniestrísimo work hard, party hard o las consabidas posibilidades de ascenso, ofrecen nada menos que un “entorno de trabajo multicultural”. Así es como consiguen que los incautos nos vengamos de todas las esquinas del globo, en busca de los oasis en los que saciar nuestras ansias de exotismo. Empezamos el viaje en avión con una compañía ¡irlandesa!, y al llegar al aeropuerto la sublime estampa de un ejército de operarios árabes desciende desde nuestras retinas hasta los labios y se posa como gota de miel. “Ya estás aquí, ávido pluralista”, parece decir la primera de muchas retahílas ininteligibles a través de los altavoces. Mas sabemos desde Taylor que, por desgracia, para que la producción y el servicio sean eficientes es necesaria la máxima estandarización. Esto, que nos dio cosas maravillosas como el Ford-T e Ikea, nos quitó otras como la posibilidad de empaparnos de la sabiduría de nuestros co-workers. Nos damos cuenta a los pocos días de oficina; los sueños multiculturalistas son sueños y el despertador no perdona. A las 9 allí.

 

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Londres rebosa de orientales vestidos de Zara, con unas levitas nuevas que no tienen solapa y que apenas se ven en España aún.

 

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“¡Aún puedes sumergirte en otras culturas fuera del trabajo!” Hay una riquísima variedad de restaurantes con comida étnica, como indios, chinos o mejicanos. El otro día, en un japonés, asistimos embelesados al imposible hermanamiento entre un señor con turbante y el sereno carácter japonés de un rollito de sushi. En el mismo establecimiento hay la posibilidad, apoteosis de la tolerancia, de pedir el sushi en su variante California rolls, que consiste en un rollito hecho de dentro hacia afuera con algún ingrediente distinto. De nuevo, California. California, como el miedo, o el amor, parece aquello que vemos en los ojos del otro y nos hace pensar: “No somos tan distintos”.

 

Se ha votado Brexit.