En un bar de hotel de aeropuerto:
—La muerte es el último acto de consumo, ¿no te parece? Roberto murió como vivió: siendo un producto. Ahora su cadáver genera beneficios para la funeraria, el cementerio, el notario.
—Es una industria como cualquier otra. La diferencia es que el cliente no puede quejarse del servicio.
—En los años setenta, la gente moría con dignidad. Ahora morimos como vivimos: optimizando costos, maximizando beneficios para otros. Roberto tenía un seguro de vida que vale más que todo lo que ganó trabajando.
—¿Sabes cuál es la ironía? Su esposa va a ser más feliz viuda que casada. Estadísticamente, las viudas con herencia tienen mejor vida sexual que las casadas con maridos vivos.
—El matrimonio moderno es una transacción diferida. Ella invirtió treinta años de aburrimiento sexual a cambio de liquidez futura. Roberto era su plan de pensiones.
—Hablas como un economista.
—Somos todos economistas. Hasta el amor es especulación financiera: inviertes tiempo y emociones esperando dividendos emocionales. La mayoría de relaciones terminan en bancarrota.
—¿Y nosotros? ¿También estamos haciendo cálculos?
—Yo calculo que este whisky cuesta menos que una sesión de terapia y es igualmente efectivo para tolerar la realidad. Tú calculas que hablar conmigo te hace sentir menos sola sin el compromiso de una relación real.
—Somos eficientes.
—Somos occidentales.