"El Capitán" de Robert Schwentke (Filmin) cuenta la historia real de Willi Herold, un soldado raso alemán de 19 años que, cansado de la guerra y de la brutalidad de sus superiores y con la derrota del III Reich a la vuelta de la esquina, decide desertar, jugándose la vida.
Hambriento y al borde de la muerte. la suerte de Herold cambia por completo cuando encuentra, en un coche abandonado, el uniforme de un capitán de la SS. La película narra la espantosa evolución de soldado a oficial despiadado y sediento de sangre, de post-adolescente perdido a monstruoso ser que representa todo aquello de lo que huyó.
En los años 80, Borwin Bandelow, un conocido psiquiatra y neurólogo alemán, definió por primera vez el efecto Herold, un tipo de comportamiento sociopático en los cuadros empresariales que aquejaba a los puestos de alta responsabilidad. El efecto Herold se caracteriza por la incapacidad de los jefes para ponerse en el lugar del empleado, olvidando selectivamente aquellos recuerdos/experiencias de su vida laboral en las que ellos sufrieron los mismos avatares que ahora sufre el que está por debajo de él. Curiosamente, suelen aparecer en personas que, a su vez, sufrieron a jefes despóticos y sociopáticos. Es decir, el nuevo jefe acaba convirtiéndose en aquello que más temía/odiaba y, lo que es peor, es incapaz de percibir en su proceder, las mismas pautas de conducta de aquellos que le hicieron la vida imposible.
Bandelow sostiene que la mayoría de jefes con efecto Herold son personas con baja autoestima, que precisan crear un muro de terror y pánico para tapar sus carencias y que se vuelven completamente adictos a la sensación de autoridad. Suelen ser personas con altos grados de insatisfacción vital y graves carencias emocionales que solo encuentran paz en el ambiente laboral. Tienden a usar siempre la humillación sobre el feedback positivo y creen firmemente que la productividad se cimenta sobre el temor y nunca sobre la confianza. Son, esencialmente, personas llenas de miedo que evitan su pánico, provocándolo.
Marie-France Hirigoyen, psiquiatra especializada en el acoso psicológico, realizó estudios en los altos cargos de las principales empresas francesas en los años 90, encontrando altas incidencias de psicopatías y sociopatía. Descubrió además, que el poder puede provocar el desarrollo de la sociopatía (incapacidad de empatizar), algo que, hasta la fecha, se creía una deficiencia conductual/emocional relacionada con la infancia. Para que se entienda: una persona que alcanza un alto puesto puede ver mermada su incapacidad de empatizar. Pero los estudios de Hirigoyen iban más allá. La psiquiatra descubrió que los perfiles sociópatas (tanto los que la sufrían en bajo como en alto grado) tenían una productividad menor, pero en cambio, solían tener también los sueldos más elevados dentro de un mismo rango.
Las conclusiones son claras: el sistema productivo capitalista premia la maldad, la tiranía, la violencia, el acoso y lo que es peor, la mediocridad.
En Estados Unidos, año 2016, la Universidad de Chicago realizó un estudio sobre cuál era el principal motivo de insatisfacción laboral en 12 ciudades del país sobre una muestra de 4000 personas. Cuando la encuesta se hizo nominal, el jefe no estaba ni entre las 10 primeras razones. Cuando la encuesta se repitió de forma anónima, el jefe ocupó la segunda posición.
En España, por ejemplo, no existen encuestas fiables sobre las relaciones empleado-jefe. A las grandes consultoras no les interesa saber que el principal problema son los altos mandos. Pero basta con que pensemos en nuestras propias vidas. Todos hemos tenido buenos jefes, supongo. Todos nos hemos encontrado, también, con un/una Willi Herold.
Decía Sampedro que pocas bondades hay más valiosas que las de aquel que alcanzando un estatus de poder, sigue recordando lo que fue. Dos Passos decía que la soledad del que ostenta la cima es voluntaria y que no es más que una excusa para tapar las malas decisiones del malvado.
Cuando empecé a trabajar en la publicidad sufrí a un Willi Herold, un pobre hombre que llegó a decir que si no tenía derecho a ser un cabrón, para qué iba a querer ser jefe. Yo solo puedo decir que Dios me libre algún día de verme invadido por eso que llaman ambición laboral y que no es más que una malsana necesidad de tener un despacho, no para cambiar el mundo, sino para tapar mis miserias más oscuras.
Comentarios
Al margen del artículo, que me parece muy interesante, recomiendo encarecidamente la película, es bastante buena y tiene muchos momentos en los que te pone la piel de gallina.
No hay nada peor que darle un látigo a un esclavo.