Después de leer el interesante artículo publicado por @SirMcLouis, me he decidido a contar mi experiencia con el sistema de salud danés. Viví en Dinamarca durante más de 5 años y he de reconocer que tuve más de un desencuentro con este sistema. Sobra decir que lo aquí expuesto es mi mera experiencia.
El sistema de salud danés es público, universal y se sufraga con impuestos. Además de los hospitales, existen múltiples clínicas donde uno o varios doctores trabajan conjuntamente. El mayor inconveniente de este sistema es la descentralización: las historias de los pacientes no se almacenan en un repositorio común, y es responsabilidad del paciente solicitar el traslado de historial al cambiarse de doctor. Ciertas especialidades son de pago, como el oftalmólogo o el dentista, pero la gran mayoría están cubiertas. Los medicamentos deben ser abonados en su totalidad por el paciente, aunque a partir de un cierto límite anual, se puede solicitar un reembolso.
La primera vez que acudí al médico en Dinamarca todavía no vivía allí oficialmente. Era una simple turista que estaba visitando el país. En un intento de mimetizarme con la sociedad danesa, tuve un aparatoso accidente de bici. Como no sabía cuál era el protocolo, llamé a emergencias para preguntar qué tenía que hacer, y me contestaron (muy amablemente, todo sea dicho) que tenía que esperar a que ellos me llamasen para poder acudir a urgencias. Después de 5 horas, recibí una llamada para decirme que ya podía ir al hospital. Allí tuve que presentar la tarjeta sanitaria europea (muy útil si estás viajando por Europa y necesitas asistencia sanitaria) y esperar una hora y media más. A pesar de eso, creo que la atención que recibí fue correcta.
Dos años después, trabajando y viviendo en Copenhague, fui al médico para hacerme una analítica. Habían pasado 7 años después de la última que me había hecho en España y quería saber si todo estaba en orden. Aquí he de matizar que tengo un defecto congénito en la sangre que me provoca ciertos desajustes, y, llamadme rara, pero siempre he creído que el proverbio "mejor prevenir que curar" es de sabios. Cuando se lo comenté a la doctora, me preguntó qué síntomas tenía, y cuando le expliqué que yo me sentía bien pero que quería controlar este problema, me dijo que no me hacía falta ninguna analítica. Al fin y al cabo, si yo me sentía bien era una prueba suficiente para constatar que no había ningún problema. Llegados a este punto, tuve la tentación de contarle que con 21 años, a pesar de que encontrarme increíblemente bien, acabé ingresada en el hospital con una trombosis venosa profunda. Pero no lo hice, y me limité a insistir. Acabó accediendo, aunque a juzgar por su cara, no de muy buena gana, y añadió que era un gasto innecesario para el sistema. Cuando me llegaron los resultados (que por cierto, tardaron tres semanas) me quedé un tanto... sorprendida: la analítica cabía en un post-it. Literalmente. Habían medido mis niveles de glucosa, vitamina D, vitamina B y poco más. Ni hablar de conteo de glóbulos rojos, glóbulos blancos, factores de coagulación, hierro, colesterol o otros parámetros habituales.
Meses más tarde, empecé a despertarme con un cierto dolor en el oído. Al principio no le di importancia, pero dos semanas después, la mandíbula empezó a molestarme también. Pensé que podía ser una infección de oídos que, posiblemente, hubiese que tratar. Así que me armé de valor para lidiar una vez más con el sistema. Inicialmente, intenté pedir cita online, pero no había hueco hasta pasadas tres semanas. Por lo tanto, decidí llamar a las 8 de la mañana para preguntar si me podían atender en modo urgente. Una vez en la consulta, le expliqué a la doctora (en realidad era una enfermera, pero en ese momento yo no lo sabía) lo que me pasaba. Ella me vio los oídos y dijo que estaba perfectamente bien, pero que podía echarle clorhexidina o un poco de vinagre mezclado con agua. En caso de que tuviese una infección, eso bastaría. Seis días después, y sin notar mejoría alguna, levantándome con el mismo dolor y unas ligeras cefaleas, volví a acudir al médico (en modo urgente), y la misma enfermera de la semana anterior me preguntó si mi familia también era así.
—¿Así, cómo? —le pregunté.
—Así de hipocondríacos —respondió ella.
Por si mi cara de estupor no fuera suficiente, y en un intento de mostrar empatía, la enfermera me tomó la mano y me dijo:
—Tienes que acostumbrarte al dolor. Te estás haciendo mayor, y el dolor es inevitable.
Sí, supongo que a mis 28 años todavía no había aceptado que el envejecimiento y sus achaques habían llegado a mi vida para quedarse. Inmediatamente, busqué por las esquinas de la habitación, sin éxito alguno, cualquier dispositivo que se pudiese parecer a una cámara oculta, porque no podía creer que aquello no se tratase de una broma. Para el dolor, me recomendó ir a casa y tomarme un té caliente mientras veía Netflix. Aquí debo mencionar que los daneses son extremadamente reacios a cualquier tipo de medicación, pero eso lo dejo para otro artículo.
Desafortunadamente, los hechos que estoy contado no son, ni mucho menos, casos aislados. Hay múltiples grupos de Facebook y foros llenos de hilos similares, y mucho más graves, al mío. Sin ir más lejos, un compañero de trabajo tuvo un accidente de moto que le llevó a llamar a la consulta de su médico tan rápido como pudo, ya que tenía un dolor muy intenso en el costado. Para su sorpresa, le denegaron una radiografía dado que no lo consideraban necesario. Mi compañero alegó que tenía un seguro privado y que sólo necesitaba un volante. Y, una vez más, el doctor se negó en rotundo, alegando que eso iba en contra de sus principios. Finalmente, mi compañero acabó en el hospital y, efectivamente, tenía una costilla fracturada. Peccata minuta, para algunos.
Los daneses suelen estar contentos con el sistema, aunque aquellos que han vivido en otros países son conscientes de sus carencias. El sentimiento popular de los residentes extranjeros es común y no pueden evitar sentirse desamparados. Muchos de ellos esperan a tener vacaciones para ir al médico en su país de origen. El nivel de frustración es increíblemente alto porque el paciente debe convencer al médico que no está exagerando o mintiendo. De hecho, no son pocos los casos donde ciertas enfermedades no fueron diagnosticadas a tiempo. Para mí fue decepcionante mudarme a un país al que tenemos idealizado, para darme cuenta que allí la prevención no es una prioridad, y donde se da por hecho que te estás aprovechando del sistema cada vez que vas a la consulta. Finalizo este artículo suscribiendo las palabras deSirMcLouis: España tiene un sistema de salud de primer nivel. Soy consciente de que no es perfecto, y que se ha resentido mucho en los últimos años. Pero también es cierto que no sabemos valorar lo que tenemos hasta que lo perdemos o, en mi caso, porque no había otra opción. Y no sólo me refiero a los medios técnicos, sino a la calidad humana de los sanitarios y su afán de mejorar la calidad de vida del paciente.
Comentarios
#3 no conozco ningún caso de cerca. He leído sobre algunas denuncias (todas de extranjeros), pero nada más. Siempre me ha sorprendido lo bien que los daneses aceptan el status quo sin quejarse.
Muchas gracias por el aporte!
En todo caso, me ha extrañado tu comentario sobre los daneses y los medicamentos. ¿Te importaría ampliarlo?
#1 Sin problema, aunque como ya dije, esto daría para otro artículo. El hecho de que sean reacios a la medicación forma parte de la cultura. Obviamente, el sistema desincentiva la toma de simples calmantes, y cuando lo hacen, es únicamente en casos muy serios. Con esto no quiero decir que sean antivacunas o que se nieguen a recibir tratamiento para ciertas enfermedades, pero consideran que el dolor es parte del proceso y no deben hacer nada para paliarlo. Y ojo, que no creo que la solución sea tomar calmantes para todo, como se hace en EEUU, pero Dinamarca es el extremo opuesto. Por ejemplo, durante una reunión de trabajo, un compañero (danés) me avisó que tenía unos nervios de la espalda pinzados y que no me asustase si se quedaba paralizado durante unos segundos. Así fue, se quedó sin habla, quieto y sin poder moverse. Le ofrecí ir a buscar ayuda y negó con la cabeza varias veces. Cuando le pregunté si había tomado ibuprofeno o paracetamol, puso los ojos como platos y me dijo que no se tomaba uno desde que era un adolescente (y ya rondaba los 40 años). Ibuprofeno, no morfina. Otro ejemplo, una amiga tuvo un accidente de bici en el que perdió el conocimiento (menos mal que llevaba casco). Cuando se despertó, estaba en el asiento trasero de un hombre que la estaba ayudando y quería llevarla a casa. Si yo me encuentro a una persona inconsciente, lo primero que hago sería llevarla al hospital, pero los daneses no lo consideran necesario.
#2 Vaya...
¿Y cómo se las apañan con los juicios por negligencia?