Todos hemos sentido lo siguiente alguna vez: “¿por qué he de estar sentado en este pupitre, atendiendo a una pizarra en la que se enseñan cosas que no me interesan, durante ocho horas al día y luego, además, tengo que hacer deberes cuando llegue a casa?”.
Sentimos como un valor que los contenidos educativos sean iguales para todo el mundo. Hoy en día se enarbola la bandera de la igualdad con demasiada frecuencia y poca cautela, sin embargo, ¿qué pasaría si la igualdad fuese nociva llevada hasta un extremo? ¿Por qué todo el mundo ha de aprender igual si todos somos diferentes?
Para algunos niños y adolescentes, el formato de ocho horas diarias, arriba mencionado, puede resultar válido y beneficioso, pues les da una disciplina y les aporta una serie de conocimientos, pero, para otros niños y adolescentes, ese mismo formato puede ser un auténtico calvario. Como se dice en psicología: el cliente no debería adaptarse a la terapia, sino esta al cliente. ¿Por qué —asumiendo la diferencia de ambos ejemplos— no podría aplicarse una lógica similar a las escuelas?
Esta última semana el Gobierno ha presentado el nuevo plan de educación que ha obtenido sonadas críticas por parte de los medios de comunicación no afines. No entraré en este artículo a valorar si los cambios son adecuados o no. Al fin y al cabo, para algunas personas, estos cambios son estupendos; para otros, son cambios terribles que reflejan la decadencia del país. Pero mi línea de análisis no va por aquí, pues, al fin y al cabo, todos, en algún momento de nuestro recorrido escolar, hemos sentido eso de: "¿de qué me sirve aprender todo esto (los reyes godos, matrices, la desamortización de Mendizábal) si no le voy a dar ningún uso?" Y también creo que, tiempo después de haber terminado la escuela, todos hemos tenido, en algún momento, un pensamiento que dice algo así: “de todo lo que aprendí en la escuela, ¿cuánto me ha servido realmente en la vida?” Cada uno contestará a esta pregunta con un porcentaje más o menos elevado, pero la mayoría estaremos de acuerdo en que la mayoría de aprendizajes “se perdieron en el tiempo como lágrimas en la lluvia” que diría aquel replicante de Blade Runner.
De este modo yo me pregunto: ¿cuáles son los contenidos, los horarios, los deberes, los formatos… que son los adecuados para los alumnos? ¿Quién dictamina estos contenidos, estos horarios, estos deberes? ¿Existe algún tipo de evidencia científica que valide que un tipo de contenido es mejor que otro, que hacer deberes es mejor que no hacerlos, que ocho horas es mejor que seis…? Y la respuesta a esto último es que lo dudo mucho. No creo que exista ningún consenso definitivo, ninguna prueba última que diga que es mejor hacer 3 horas de deberes que hacer 2 o no hacer ninguna, que es mejor dar matrices que no darlas, que es mejor enseñar El Quijote que El señor de los anillos. Todo esto lo dictamina el Estado, a veces con la intención de enseñar cosas elementales, conocimientos básicos, que, efectivamente, nos servirán para la vida cotidiana, pero otras veces, como hemos dicho arriba, lo hará de una forma que nos parece absurda, irracional y aburrida, pero por la que hemos de pasar porque “así fue siempre”. Pero es que, el mismo Estado, nos da una de cal y una de arena, nos prepara, efectivamente, para tener conocimientos básicos útiles para la vida, pero, por otro lado, nos prepara para ser “buenos ciudadanos”, tener un sentimiento de pertenencia al grupo, a la nación española (o catalana, o vasca, o gallega), a que pensemos como un rebaño (que es lo mismo que decir que no pensemos). Y es que, si nos fijamos, el Estado nos enseña la lengua del Estado, la literatura del Estado, la geografía del Estado, la historia del Estado, la religión del Estado, la ética del Estado… Y yo me pregunto ¿por qué no enseñar también literatura francesa (o inglesa, o alemana), la historia de México (o EE.UU, o Japón) las religiones de la India (o Japón, o China)?
En su deseo de autopreservación el Estado necesita enseñar aquello que le da carácter de unidad, porque si se enseñase lo que cada escuela querría enseñar, entonces el Estado se fragmentaría, porque no habría un sentido de algo que nos une a todos los españoles (o vascos, o andaluces…).
No entro a valorar si esto está bien o está mal, pues, como dije más arriba, para algunos, en su visión de lo que es la vida y la historia de los pueblos, será algo positivo el que existan estas uniones; sin embargo, para otros, esto no será más que puro adoctrinamiento y falta de libertad. Ahora bien, creo que (casi) todos estaremos de acuerdo en que en un mundo ideal, en un Estado ideal, si se quiere, existiría la posibilidad de tener diferentes centros educativos, con diferentes currículums escolares y diferentes formatos, para que los padres pudieran elegir el que más se adapte a las necesidades del niño y no que este haya de adaptarse siempre a los intereses del Estado. Sin embargo, a día de hoy esto parece todavía ciencia ficción, y creo que al Estado, en su deseo de autopreservación y de generar un conciencia nacionalista, no le interesa demasiado, si esto pudiera llegar a suceder, que suceda.