Una tarde de noviembre de 2003, Hélio da Silva, ejecutivo de una empresa del sector azucarero, regresaba de su trabajo por la zona de Tiquatira, al este de São Paulo, una de las ciudades más pobladas de Brasil. Dedicó la caminata a contemplar un paisaje totalmente degradado y abandonado, convertido en un vertedero a cielo abierto. Cuando llegó a su casa, le dijo a su mujer: “Voy a plantar árboles y a transformar Tiquatira en un enorme parque verde”.Días más tarde, este empresario, hoy ya jubilado (73 años), se llevó en su maletín una semilla