Los pretextos son variados, pero mientras todos los institutos de bachillerato se las han apañado para dar sus clases, buena parte de la Universidad pública sigue con eso de la semipresencialidad, que en el fondo consiste en que los profesores hablan desde su casa, no investigan, atienden el correo cuando quieren y te cuentan, a veces a la cara, que te hablan desde Costa Rica, porque hay que aprovechar ahora que se puede.
Por supuesto, exagero.
Y sin embargo, la verdad es igualmente dolorosa. De cinco universidades públicas de las que tengo noticias directas, cuatro siguen dando clases online, uniendo grupos en aulas virtuales para que un profesor dé las clases a todos y los otros cuatro libren. Lo cierto es que sigue habiendo muchas asignaturas que aparecen como presenciales en los planes de estudios y que han sido online en más de un 85%, porque esta semana es una excepción, la siguiente una salvedad y la siguiente una conferencia.
Es real. La Universidad pública hace estas cosas porque perro no come perro. Muchos profesores no quieren desplazarse y sus decanos, callan. Y callan los jefes de departamento. Y callan las consejerías. Y calla todo dios, porque la calidad de la enseñanza les importa a todos una mierda, alumnos inclusive, cuando se acuerda tácitamente que "las clases serán online y me sorprendería que el porcentaje de suspensos superase el 1%".
Y entre tanto, en la universidades privadas, ni una sola clase online. Todo presencial. Contacto con los compañeros, medidas de seguridad, teatro pandémico o como le queramos llamar, pero clases presenciales, con prácticas, laboratorios, y posibilidad de preguntar sobre la marcha y no en una plataforma digital en la que todo se pierde, empezando por la atención, cuando nadie enciende la cámara, ni siquiera el profesor, por aquello de la privacidad o de qué sé yo.
Lo de la Universidad Pública es una verdadera tomadura de pelo. Y luego nos quejaremos. Y luego hablaremos de elitismo y de igualdad de oportunidades...
Pues ya va siendo hora de empezar por tener un poco de vergüenza y no escurrir el bulto.