La cosa está fastidiada, ¿quién lo duda? Y peor aún... ¿A quién le importa?
Después de ver cómo este artículo ha llegado a ser uno de los más leídos de los últimos días, me pregunto si tenemos verdadera conciencia de los tiempos en que vivimos y de las cosas de las que nos quejamos.
A mí me joroba más que a nadie ver cómo mi entorno se desintegra, cómo la emigración se ha ido llevando a mis amigos y cómo la edad ha ido abriendo claros en mi red social básica. Pero la estabilidad a la que aspiramos tampoco puede ser sana, y las fuerzas ociosas se nos acumulan en el interior hasta salir por algún lado, muchas veces en forma de ansiedad o depresiones. Eso hay que combatirlo, coño.
Está claro que somos un animal diseñado para comer lo que pilla y cuando lo haya, y comemos tres veces al día. Estamos diseñados para buscar nuestra comida en la naturaleza, y la encontramos en el supermercado, en cómodos paquetes ultra congelados. Estamos diseñados para vivir cuarenta años y vivimos de media casi ochenta. Hay demasiadas fuerzas ociosas en nosotros, y más que se acumularán a medida que la robotización vaya ocupando tareas para hacernos, en teoría, más liviana la existencia. ¿De verdad es una ventaja ver cómo se marchitan nuestras fuerzas son convertirse en obras? ¿De verdad estamos satisfechos de no hacer otra cosa que escuchar cómo suena a hueco cada parte de nosotros que golpeamos?
Y aquí, en la liviandad, es donde hay que volver a Kundera y su insoportable levedad del ser: ¿Qué es mejor, una vida ligera en la que el tiempo pase sin llegar a tener consciencia de ti mismo ni de tu tiempo, o una vida que pese sobre tus hombros, haciéndote consciente cada momento del esfuerzo que te cuesta avanzar? La liviandad o el peso. Sentir que el tiempo te aplasta o sentir que cada hora que pasa te alejas de lo que querías ser. Kundera, Meyrink, Seifert, Capek, Vieweg, Kafka... ¡Putos checos!
En lo sencillo, en lo fácil, en la vaca que pasta y mira al frente está la tentación de una vida cómoda, que sin duda será ideal para quien no haya tenido aspiraciones o haya sabido asesinarlas en alguna esquina oscura. En esa misma esquina donde nos la cascamos o guardamos la contraseña de Steam. En esa. Lo otro es fatigarse, pensar más de la cuenta, saber que todos los ríos van al mar, pero el mar nunca se llena. ¿Qué ganan los ríos con tanto afán? Habrá un término medio, sin duda, y un carácter intermedio capaz de disfrutar de ambas facetas, pero semejante equilibrio lo considero cosa de semidioses y no llega mi fe a tanto. No hay nada más jodido que ser sólo medio ateo.
¿Qué más queda? Pensar a lo grande y actuar sobre lo pequeño. Dirigir las propias energías a los propios fines. Y que haya suerte, supongo. O caos, que es lo mismo, pero en versión científica.
Cada cual tendrá su opción, pero yo temo ante todo a los días que se parecen, a las semanas que se parecen, a los años imposibles de distinguir unos de otros, esos años que avanzan una cifra en el calendario haciéndote temer si ese mismo calendario no será en realidad un taxímetro que indica lo que tendrás que pagar para bajarte.
¡Y 2018 empieza a ser mucho para mí, carajo!
En recuerdos, litros de sangre, o monedas de plata. ¡Demasiado!