A través de un ejemplo banal voy a tratar de demostrar cómo los políticos (sea el partido que sea) gobiernan de manera tiránica: dice el diario Público esta semana:
El ministro Consumo, Alberto Garzón, ha firmado un protocolo de 64 normas deontológicas de autorregulación del sector e impulsar la igualdad de sexo en los anuncios de juguetes.
En el texto se recoge que la industria se comprometerá a no realizar asociaciones de colores, como se ha hecho habitualmente asignando el rosa a las niñas y el azul a los niños.
Yo me pregunto: ¿quién ha decidido esto? La respuesta es: la cúpula de una élite política. ¿Lo han decidido de una manera democrática, es decir, representando con ese protocolo la voluntad del pueblo? No. ¿Cómo se puede saber?: ¿hay algún estudio en el que se hayan basado para entender que la gente desea que se apliquen esas normas? ¿han preguntado a la gente a través de alguna encuesta? Más extremo: ¿se ha realizado un referéndum? (sí, ya sé que sería estúpido hacer un referéndum para algo tan nimio). Las respuesta a todas ellas es que no. Pues así pasa con casi todo.
Por otro lado, a veces daría la sensación de que los fabricantes de juguetes fuesen una élite patriarcal que, de manera deliberada, decidiesen sacar un tipo de juguete, con un tipo de color y características, para así perpetuar los roles de género con la intención de generar hombres fuertes y valientes y mujeres sumisas y débiles. No funciona así. La gente, durante décadas lleva emitiendo millones de votos cada vez que compra uno de esos artículos de juguetería, y lo que existe es un feedback entre lo que desea la gente y lo que los fabricantes, a través de sus estudios de marketing, entienden que desea la gente. Si los artículos de juguetería son como son, es porque todos hemos decidido que sean así. ¿Por qué razón? Porque si los fabricantes estuviesen, con oscuras intenciones, fabricando juguetes que no gustan a la gente, bastaría que hubiese uno que se saliese de la norma para que nadase en dinero. Pero esto no ocurre, lo que sucede es que los fabricantes se adaptan a los deseos de la gente, es decir, la gente, de manera demócratica, emite un voto cada vez que compra un artículo, y los artículos que más votos obtienen son los que más se fabrican, y así llegamos a la situación actual.
Cuando un político dice que eso está mal, lo que está diciendo es: “yo y mi grupo, en nuestro sentido de la moral, consideramos que esto está mal, que la gente no debería desear este tipo de juguetes así, sino que deberían desearlos ‘asao’, y por eso establezco estas leyes para limitar que los fabricantes pueden fabricar juguetes de un modo amoral (según nuestra propia moral)”. En otras palabras: el político se vuelve un tirano, porque no respeta la voluntad de la gente, ni se interesa en demostrar, si así lo fuese, que el pueblo anhela otro tipo de juguetes, sino que él, de manera tiránica, establece una serie de normas, porque si no las estableciese, la gente seguiría eligiendo los juguetes que les gustan, y eso no gusta al político, que ha de evangelizar al personal.
Y así, con la mayoría de decisiones...