Hace 5 años | Por Eslaut a elpais.com
Publicado hace 5 años por Eslaut a elpais.com

En 1939, cuando millones de adultos se preparaban para matarse unos a otros en la Segunda Guerra Mundial, Stewart Adams era un adolescente desorientado. A sus 16 años, había decidido tirar la toalla y abandonar los estudios. Era un hijo de la clase obrera. Su padre, maquinista de trenes, tenía problemas de visión y había sido degradado a un empleo menos cualificado en la localidad de March, un centro ferroviario en el este de Inglaterra. Nada hacía presagiar que aquel joven aturdido iba a aliviar el sufrimiento de miles de millones de personas.

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