Por mi banda, no me considero a favor ni en contra de ese espectáculo. En realidad me resulta bastante indiferente, quizás porque provengo de un oscuro lugar del norte donde se le rinde culto a la tauromaquia. A menudo suelo resistirme a las frecuentes invitaciones que recibo de algunos amigos de otros puntos de la geografía peninsular moderada o exagerandamente aficcionados. Lo hago porque sospecho que me va a “encabronar”( ndt: lo siento, no encuentro la palabra adecuada) un espectáculo que encuentro bastante obsoleto, que veo como cosa de otra époco, como si fuera algo anacrónico, ya superado o abolido por el paso del tiempo. Quizás porque en el se ensalza toda esa mitología anticuada y mistificada de una masculinidad tan desfasada como cualquier otra moda del pasado. Y no me refiero solo a las modas indumentarias. Una mitología que, aún así, continúa subyacente –aunque afortunadamete cada vez menos- en determinados sectores de la sociedad y en la que se tiende a ensalzar a eses héroes inverosímiles y un tanto egocéntricos, adornados de una superioridad sin duda un tanto ridícula a los ojos del mundo actual, basado en los modelos de lo políticamente correecto y la metrosexualidad. Es esa misma mitología que reivindican como valor de lo masculino aún hoy algunas mujeres de rompe y rasga-nunca llegué a entender de todo la expresión-, mujeres que, por lo general, suelen ser bastante más machistas que muchos hombres. Es la misma mitología que, aún que en otro contexto pero con la misma esencia e intensidad, encontramos enquistada en todos eses fanáticos de las armas que pululan por Estados Unidos, como aquel Charlton Heston abusrdamente ridículo que retrató, no sin crueldad, el también bastante egocéntrico Michael Moore en aquella Bowling for Coulimbine, alegación cinematográfica contra la violencia donde las haya.
Cualquier persona que se tenga por mínimamente civilizada debería sentir la misma incomidad que imagino que yo mismo sentiría si asistiese a un espectáculo en el que no solo sufre un animal, sino que, al mismo tiempo un ser humano pone en peligro su vida con el único fin de entretener a un público ávido de emociones. O quizás no, porque los inviduos solemos ser poliédricos y demasiado complejos como para que se nos someta a un reduccionismo limitador. Y no voy a ser yo quien lo haga.
En cualquier caso, y puestos a escoger entre espectáculos de masas, prefiero quedarme con el fútbol. Por lo menos en el no hay tanta violencia –salvo cuando juega Holanda una final- y porque, como dice la sonada cita del entrenador Arrigo Sachi, erroneamente atribuída a Valdano, “ el fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes”.
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#49 ¿Es muy grave lo tuyo? Lo siento mucho chico.