Foto: recipiente para medir cuartales, principalmente de cereales.
Estamos aún en agosto y hace poco que la cosecha ha concluido. Aunque aún es una niña, JMB ha tenido una larga jornada de trabajo. Su ayuda es imprescindible para que su familia, de una pequeña aldea de León, salga adelante en esos terribles años que siguieron a la guerra civil. Pocas veces ha tenido más sentido ese conocido refrán de que los hijos viene con un pan debajo del brazo.
JMB realiza una última tarea antes de la cena, que será frugal y escasa. Está cargando en el burro el saco con el cuartal de grano de trigo que su padre acaba de separar del resto de la cosecha. Es el pago que todos los vecinos labradores del pueblo deben entregar al cura cada año después de la cosecha.
Se encamina entonces hacia la casa del cura para entregárselo. Mientras, realiza mentalmente un cálculo aproximado. Es evidente que el cura obtiene mucho más grano que el vecino del pueblo con la mayor de las sementeras. Y sin doblar el lomo ni aguantar el tórrido sol del verano. Y también es evidente que el cura, comparado con los que le rinden ese tributo anual, nada en la abundancia. Además, no es el único pago que recibe de sus parroquianos, destacando el pago de las bulas en la época de cuaresma. Estos pensamientos le hacen cerrar con rabia su pequeño puño y una pequeña lágrima le asoma en los ojos. Pero de nada le sirve, la figura del cura es intocable y el miedo es el sentimiento que genera en la mayoría de las personas. Nadie osa negarse al pago anual del cuartal.
Además, no es el único pago que recibe de sus parroquianos, destacando el pago de las bulas en la época de cuaresma
Años más tarde, tras el fallecimiento del cura, el ama que le había servido desde su llegada al pueblo se fue del pueblo en pocos días. Se corrió la voz de que el cura le había dejado en herencia un piso en Gijón. Un regalo caído del cielo por lo bien que le había cuidado en vida. Cuando se lo dijeron a JMB, ya adulta, sintió de nuevo esa rabia que te da la impotencia ante las injusticias.
Lo que no hizo fue llorar, sin duda la vida la había hecho más fuerte. Solo las desgracias de seres queridos le arrancaban ya las lágrimas.