Si es usted de mi generación, recordará que una de las cosas que más había que temer y contra las que siempre se nos prevenía antes de salir a jugar eran las jeringuillas. Y, por descontado, aquellos que las usaban. Yo no sabía, y quizá usted tampoco, qué encerraba ese término tan despectivo, yonqui, pero sabíamos que competía en la misma liga que el Hombre del Saco y aquel asesino en serie al que distinguíamos sentado en nuestro dormitorio durante la noche, camuflado entre la ropa.