(...) Oakhurst estaba siendo invadida por una nueva raza de forasteros: gente que tendía a ser algo más pálida y delgada que las legiones de excursionistas y excursionistas empedernidos que pasaban por allí, gente que solía hablar muchísimo de kilobytes y registros y opcodes y otros arcanos técnicos incomprensibles. Los lugareños se encogían de hombros y los aceptaban, como habían hecho con tantos otros forasteros en el pasado. Al fin y al cabo, su dinero se gastaba igual de bien que el de los demás en restaurantes, tiendas y gasolineras (...)
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