Hace 7 años | Por Plantegra
Publicado hace 7 años por Plantegra

Desde las murallas tu vista alcanza a ver el rostro del rey Elnath. Recuerdas la primera vez que llegaste a la ciudad santa de Exaloc, siendo niño. Tu padre, señor de Eissalot fue quien te mando a vivir en la capital espiritual del imperio para ser el portaarmas del rey Elnath. Como tantos otros vástagos fuiste mandado ser tutelado por otro señor para forjar vínculos y alianzas. Tu adolescencia fue servir al rey Elnath, aprendiendo lucha, ciencia y gobierno. Y hoy, desde las murallas, observas como los cuervos se alimentan del orgulloso rey.

El cadáver del difunto corona el campamento enemigo. La ciudad santa de Exaloc esta sitiada.

Llevamos acorralados dos semanas, incapaces de romper el cerco porque nuestro terco gobernante levantó levas buscando salvar la ciudad vecina Mistral. Hoy amanecimos con su fracaso. Mistral cayó, nuestro rey murió y Exaloc peligra.

Esperanzas pocas pero no vanas. Uno de los hijos del santo emperador, el príncipe Aldebarán ha movilizado las tropas imperiales. Buscan recuperar para gloria del imperio las numerosas ciudades que el enemigo ha capturado.

El panorama que se cierne sobre nosotros es sombrío. Debemos resistir hasta que Aldebarán venga al rescate mientras el enemigo prepara el equipo de asedio que necesita. Sin embargo, en la ciudad, las confabulaciones y contubernios comienzan a manifestarse.

La santa urbe de Exaloc, donde el eterno emperador conoció el amor de dios, no es una ciudad precisamente sencilla. Las miles de almas se dividen en diferentes facciones, cada una con intereses particulares.

Desde la partida del rey, el senado ha asumido poder completo y es responsabilidad de esta cámara tener bajo control la ciudad. Hoy se van a tomar las primeras medidas extraordinarias tras el conocimiento de la muerte de nuestro señor.

*Abandonas las murallas rumbo a la sede del senado. Tomas asiento y escuchas al portavoz abrir sesión:

-Eterno sea el emperador, bendita sea su obra, glorificado sea su cuerpo.