Negaba la empatía como valor.
Defendió liberar al hombre que atacó al esposo de Nancy Pelosi.
Justificó las muertes por armas de fuego como un “precio que vale la pena” pagar.
Se oponía totalmente al aborto (incluso en casos de violación).
Era antifeminista declarado: defendía la sumisión de la mujer y rechazaba anticonceptivos.
Rechazaba la Ley de Derechos Civiles de 1964 y denigraba a Martin Luther King.
Se oponía al matrimonio homosexual.
Amasó riqueza a través de organizaciones políticas opacas (PACs y ONGs).
Compartió y difundió las teorías conspirativas del fraude electoral (2020), siendo pieza impulsora clave en el asalto a la Casa Blanca (incluso fletó decenas de autobuses para llevar a gente a Washington).
Era un integrista religioso.
Es decir, un oportunista ambicioso, servil al poder, promotor de conspiraciones, con desprecio por la democracia y defensor de un ideario ultraconservador, machista, racista y reaccionario y no un "activista conservador", como se le está presentando en muchos medios de este país.
De cualquier forma, hay una cualidad que jamás se le podrá negar: la coherencia, pues murió como pensaba, asesinado de un tiro mientras defendía la libre circulación de armas.