El hombre de la tierra

Para mí, El hombre de la tierra, está entre las 10 pelis de ciencia ficción de todos los tiempos. Es flipante y sin un solo efecto especial, ni pantallas verdes, ni naves, ni «alienígenas»: solo gente hablando en una sala, y aun así te vuela la cabeza.

La historia comienza con un hombre se despide de sus colegas universitarios. Va a mudarse, dice. Nada raro. Hasta que suelta que tiene 14.000 años. Lo dice sin grandilocuencia, como quien comenta el parte meteorológico. Lo rodean antropólogos, biólogos, teólogos, tipos formados, racionales, y uno a uno se van desmoronando. Lo que empieza como una cena se convierte en confesión, juicio, exorcismo. La película es pura palabra: sin efectos, sin música grandilocuente, sin más artificio que la voz temblorosa de quien tiene siglos a cuestas. Y sin embargo, nunca aburre. Porque detrás del relato está la verdadera ciencia ficción: qué hacemos con el tiempo, cómo lo llevamos puesto, qué hacemos con los demás cuando ya no caben en nuestro recuerdo. No hay respuestas, pero hay vértigo. Y la sospecha de que la verdad, incluso dicha con calma, también puede ser una forma de violencia. Esa es su ciencia. Y su ficción.