En la historia del cine hay momentos tan excepcionales que parecen rozar lo mítico, escenas en las que la técnica, la planificación y las fuerzas de la naturaleza se alinean de una forma irrepetible. Uno de esos episodios ocurrió en 1961, cuando un equipo de filmación se propuso algo casi impensable: rodar durante un eclipse total de sol real y aprovechar al máximo su duración. El resultado es uno de los planos más recordados del cine, con las siluetas de los crucificados oscurecidas bajo un cielo real que se vuelve noche a mitad del día.