La vida, se abre paso, regenera aspectos del individuo y se perpetúa. O no. La vida, si miras atrás, muy atrás, es cruel. A veces, sentado en el parque o en el bar con un café, pienso en Gaza, pero se extiende el pensamiento hacia los gazas del pasado y del presente, de los que nadie habla. Ni de lejos quiero infravalorar lo que pasa en las tierras prometidas pero no dejo de pensar en el sufrimiento, sobre todo de los niños ahora que tengo dos. Me destroza el alma pensar, porque he dejado ya de mirar, cómo les hacen sufrir, no sólo matándolos directamente sino la muerte indirecta, la inanición, el maltrato, la violencia de todo tipo ejercida contra un niño, contra una niña, inocentes seres que sería imperativo proteger. Malnacidos que ayer y hoy, por cualquier cuestión, quebraron almas de niños; mutilaron física o mentalmente sus vidas; demostraron que la humanidad puede desaparecer y que las ideas matan. En esos niños de Gaza, de Sarajevo, de Ruanda, de las fábricas del siglo XIX europeo; de los niños esclavos de la América del algodón, del tabaco o de las minas; de los niños que trabajan en condiciones infrahumanas; de los niños con los que se trafica hoy y que vemos en paraísos turísticos. Todos esos niños y más son víctimas de almas en podredumbre, de sujetos que no se merecen el apelativo de ser humano. ¡Qué hacer ante tanta miseria! La vida se abrirá paso, la especie misma perdurará, pero cuántos niños han quedado destrozados por los malnacidos que provocan los conflictos, los que se quieren enriquecer a cualquier coste, los que quieren saciar sus perversos apetitos. ¡Malditos sean! Malditos aquellos que juegan con la vida de los niños. Que los dioses, el karma o una infección sistémica les ajuste las cuentas.
Buena semana.