Este fin de semana fue la fiesta del vino en el pueblo. Andaba yo con unos amigos tomando unas copas. Ellos tienen hijos de la misma edad que los nuestros; su pequeño va al colegio con mi pequeña. Él trabaja de sol a sol, sus jefes le llaman a cualquier hora, incluso los fines de semana. Ella llegó a un acuerdo con su empresa para que la despidiesen. Durante todo este tiempo ha estado cobrando el paro y, a la vez, limpiando casas, en negro, por supuesto.
Yo siempre intento no hablar de política, nunca acaba bien. Pero entre copa y copa él empezó a quejarse amargamente del Gobierno, volvía una y otra vez a los mantras de siempre. Aunque suene a cliché, la conversación fue exactamente como la describo:
—Es una vergüenza que paguen los cambios de sexo —dijo.
—Bueno, son pocos y también sufren con eso —argumenté.
—Y una mierda, si has nacido así te aguantas —replicó.
Entendí que no merecía la pena discutir más. Le di un sorbo a la copa y cambié de tema: el Madrid jugaba al día siguiente.
Ahora, pensando sobre esto, creo que hice lo correcto. ¿Quién soy yo para hacer proselitismo o decirle que lo que opina no es más que propaganda política? Yo, que pude hacer una carrera, que tengo un buen trabajo, mi casa pagada y me puedo permitir perder el tiempo escribiendo artículos como este, leyendo poesía y sin preocuparme por el saldo de la cuenta.
¿Cómo puedo decirle a una persona que se rompe el lomo a diario que lo que piensa no es correcto? ¿Cómo puedo decirle a ella, que se asusta cuando le suena el móvil porque piensa que es un cargo de la tarjeta, que está cometiendo un fraude a la Seguridad Social?
Ellos son héroes, héroes anónimos. Son buenas personas, cariñosas, orgullosas y generosas. Hacen todo lo necesario por poner la comida en el plato a sus hijos, piden ropa usada para vestirlos. Ajustan sus gastos para poder llevarlos al comedor escolar y comprar butano para calentarse en invierno. No viven, sobreviven.
¿Cómo puedo yo, desde una posición privilegiada, decirles que les han engañado? Lo que ellos sienten viene desde su posición de indefensión, desde ese miedo atroz a no poder pagar la factura de la luz, desde su precariedad.
No es justo mirarlos por encima del hombro, ni llamarles fachapobres. No se les puede caricaturizar. Vivimos en una sociedad cada vez más desigual, levantada sobre los hombros de héroes anónimos.
Hasta los héroes se equivocan.
stygyan
MoñecoTeDrapo
ingenierodepalillos