—Tío, ten más cuidado. ¡No me tires más copas encima!
La sesión ya duraba más de doce horas y el sol de la mañana filtraba sus rayos a través del agua de la piscina. Javi había estado pinchando toda su noche y juraría que su mesa de mezclas estaba empezando a hablarle.
—Se te está durmiendo la gente colega, ¡da más caña!
Los platos, estaban tomando la forma de dos ojos y los botones de abajo la de una boca que hablaba. Abrumado, se separó de la mesa, sin saber muy bien que hacer a continuación.
—Eso es, deja a papi al mando.
Los botones empezaron a moverse solos, sampleando un tema de María del Monte, así se unía la canción de la folclórica con el breakbeat más crudo. La gente que deambulaba por el entorno de la piscina, la barra y las tumbonas comenzó a acercarse.
La mesa estaba ejecutando perfectamente el mejor tema electrónico que él recordaba. Cuando pensaba que lo mejor había pasado, una frase de la canción se quedó en loop: «Me besaste en la cara sonrojá mire pal suelo, para no mediar palabra, y soltaste un te quiero, que se me clavo en el alma». Iba a detener la canción justo cuando el bucle terminó, rompiendo la canción brutalmente en el estribillo, haciendo que una sinfonía de graves y distorsiones cuadrasen magistralmente con la voz de la tonadillera, mientras que empezaba a sonar aquello de «cántame, me dijiste cántame…».
Los asistentes a la fiesta se agolpaban frente a la mesa del DJ, mientras coreaban su nombre de guerra, levantando los brazos en una caótica coreografía.
—¡DJ Máquina! ¡DJ Máquina!
Nunca en su carrera habían coreado su nombre así. Se había rendido a ser un pinchadiscos del montón, alguien que caldea al público mientras esperan a que aparezcan Dj Nano, Anuschka o quién fuese el artista principal de la velada.
—¿Quieres triunfar pringado? —preguntó la mesa— vas a tener que hacerme caso entonces.
Javi sabía perfectamente que las mesas de mezclas no hablaban ni funcionaban solas, pero tenía que aprovechar esta situación como fuese. Tenía la boca pastosa, y hacía tiempo que no controlaba los espasmos de la mandíbula, pero no podía dejar pasar a la realidad. Cuando la realidad se adueña de una fiesta, es que a esta le queda poco. Si comenzaba a analizar críticamente que una mesa de mezclas le hablase, tendría que analizar también que es lo que hacía a su edad en una piscina de Coín, a las nueve de la mañana, pinchando una sesión por la que le habían pagado una miseria mientras que su novia—desde unas semanas, ex—construía una vida seria lejos de él. Esta era su vida, el camino del break era lo único importante. Miró con gesto serio a la mesa y le asintió, dejando en sus manos todo.
El tema comenzó con un bombo limpio, donde los kicks se iban acompasando tranquilamente y luego entraban en la pista un saxo que ejecutaba una ligera filigrana que se reproducía en bucle acompañando al bombo. El público estaba en trance, esperando pacientemente el momento en que la canción rompiese definitivamente.
—¡Ahora! preséntate, diles a esos mierdas quién eres.
Javi tomó el micrófono y lo agarró con fuerza. El saxo se silenció y el bombo redujo su volumen hasta hacerse imperceptible, el momento había llegado.
—Buenos días a esa peñuqui de Coín, vamos a reventar la mañana. ¡DJ Máquina in sesión!
Una explosión de ritmo lo llenó todo: el bombo volvió más fuerte, más sucio, acompañado por una oleada de bajos que sacudía el suelo. Sonaron cortes secos, como disparos, y el beat se quebró en mil pedazos, impredecible, salvaje. La pista estalló en gritos y saltos. Javi alzó los brazos como un profeta, y el público respondió entusiasmado. Notaba como el movimiento de la gente acompasaba al beat, por vivir un momento como este decidió hacerse DJ hace ya años, él solo era un soldado de la fiesta.
La sesión había acabado y la dirección de la fiesta requería a otros artistas que pinchasen ritmos más suaves. Cuando Javi hizo el intento de retirarse, hubo pequeños conatos de revuelta en los asistentes, quienes se negaban a que el artífice de lo mejor de la fiesta terminase.
Finalmente asumieron que lo bueno no es para siempre y se conformaron con acercarse a su nuevo ídolo, intentar invitarlo a drogas, felicitarlo y abrazarlo.
Tan rápido como pudo se deshizo de sus admiradores y se sentó en un rincón tranquilo del lugar. La realidad estaba ya haciendo de las suyas, no sabía que pintaba él allí, los fiesteros le parecían grotescos y comenzaba a sentir mucho frío. Era absurdo sentir frío en un agosto malagueño, pero tendría el cuerpo cortado de tantas horas de actividad y del abuso de sustancias.
Decidió que ya era hora de recoger, pedir un taxi y dormir algunas horas en el apartamento que la organización le había buscado. Empezó a recoger los cables, los vinilos y algunas cosas más. Supuso que la mesa ya habría dejado de hablar, una vez que hubiese pasado el efecto de las pastillas rosas que le ofrecieron hacía unas horas.
No obstante, seguía la forma humana en la mesa que le miraba con desaprobación, como si quedara algo más por hacer todavía.
—¿Qué pasa? ¿Qué miras?
—Te he ayudado y no me has honrado de ninguna forma.
—¿Cómo? Solo eres una maldita mesa de mezclas.
—Si solo soy tu mente hablando, ¿Por qué sigues aquí? Sabes que puedo hacer que lo que has sentido hoy esté siempre en tu interior.
Debía de tener reventado el cerebro, sin ninguna neurona activa a estas horas, pero de alguna forma confiaba en lo que su mesa tenía que ofrecerle: un maldito objeto inanimado. No había otra posibilidad; había que rendirse al caos.
—¿Qué tengo que hacer?
La mesa adoptó una expresión nueva. Ya no le miraba con desprecio, todo era serenidad.
—Busca un animal salvaje, sacrifícalo en mi nombre.
Sin terminar de recoger salió de la finca en donde se desarrollaba la fiesta. Fuera solo había un descampado inerte, un secarral. En el único matorral de la zona advirtió algo moverse, sin pensarlo dos veces saltó a plomo sobre el matorral. Bajo su cuerpo notó algo moverse, pronto pudo ver que era un conejo que intentaba sin éxito zafarse de su captor. Lo agarró fuertemente de las patas, y escondiéndolo con su camiseta volvió hacia la fiesta.
Se colocó frente a frente junto a la mesa, sabía que todo era una locura, pero algo en su interior le exigía que siguiera.
—No me has dicho tu nombre, mesa.
—Mi nombre es Apolo.
—Apolo, que este animal sea digno de tu gloria.
Manteniendo el agarre por las patas, golpeó la cabeza del conejo contra el suelo, dándole muerte al instante. Cuando volvió sus ojos hacia la mesa, no había ni rastro de las boca o de los ojos que lo habían perturbado. La mesa volvió a ser una mesa.