Ayer vimos una teatralización horrenda, tristemente “made in Spain”. Era el patetismo de una Semana Santa sin santo ni piedad. A las nueve de la mañana, frente al anodino punto de encuentro en Maracena, periodistas, sol y moscas, y algunas plañideras de Paqui Granados aguardando desde pronto. Mujeres maduras, una con el pelo azul, expresiones de espanto y consternación. Entre las diez y las once tenía que pasar algo civilizado, suave y discreto: la entrega de un menor a su padre tras siete meses sin contacto con él, por orden judicial.