¿Y tú qué harías?

Imagínate que tienes un inquilino que te dice que tanto él como su familia se han contagiado de COVID-19. Que dos de sus familiares acabaron hospitalizados y están en estado grave, que él también estuvo enfermo y en casa pasando la cuarentena , que esa cuarentena terminó y vuelve a trabajar en su oficina pero ahora hay un problema: el mecanismo de carga y descarga del inodoro del aseo no funciona correctamente y te pide ayuda para repararlo y sustituirlo por otro nuevo.

Podía llamar a un fontanero y eso me aconsejaron varias personas de mi entorno: "No vayas, llama a un fontanero, aunque te cobre caro, puede ser peligroso." Pero yo sé reparar ese tipo de averías y quiero ahorrarme un dinero. Así que decido enfrentarme a un peligro al que seguramente, me he enfrentado en múltiples ocasiones sin ser plenamente consciente de ello. Por ejemplo, cuando iba a un hospital o a la consulta de un médico y permanecía en la sala de espera, cuando subía en un autobús o un tren repleto de pasajeros, cuando comía en un restaurante, etc.

Acudí a la cita con una mascarilla quirúrgica, las manos desnudas, sin gafas protectoras. P edí a ese hombre que trabajaba en una delegación de una empresa multinacional española que me dejase sólo en el aseo. Retiré el mecanismo de descarga antiguo con tirador y lo sustituí por otro nuevo y universal con pulsador. Me imaginé las veces que orinó y se sentó en el inodoro para después de tirar de la cadena, el ruido de la cisterna, la nube de partículas potencialmente peligrosas que habría en el aseo. El contacto de su piel desnuda sobre cualquier parte de ese inodoro y el lavabo... hice una prueba para ver si funcionaba. Intentó mantener una conversación conmigo a corta distancia pero le pedí que por favor, cerrase la puerta del aseo y me dejase sólo. Después de acabar, mantuve una gran distancia.

Me imagino que esta persona entendió mi actitud pero también se le pudo pasar por la cabeza un sentimiento de estar apestado. No pasé miedo pero me sentí incómodo mientras conversábamos, con ganas de acabar cuanto antes.

Terminada la reparación, llegué a casa, metí toda la ropa que llevaba puesta en la lavadora y la puse en marcha. Encendí una sauna portatil de esas baratas que expulsan vapor y me costó menos de 100 euros, sudé durante varios minutos, después me duché con jabón y seguí con mi vida normal. Hay gente mayor en casa y me sentía incómodo estando en la misma habitación.

No tenía miedo. Por cosas de la vida, lo perdí hace años y si está en alguna parte, otro se lo quedó o está en la sección de objetos perdidos. Pero sí, lo reconozco, siento angustia; ese estado de intranquilidad o inquietud muy intensas causado especialmente por algo desagradable o por la amenaza de una desgracia o un peligro.

Esta vida es una mierda, sí, pero sigo escribiendo y no tengo miedo. Tengo cansancio, rabia y angustia. Pero me gano la vida así. Como dijo Hernán Cortés: Yo estoy aquí por el oro. Nadie es perfecto.

Nota: algunos datos han sido cambiados para preservar el anonimato de este hombre y su familia.