Los votos contra la fuerza. Hablemos claro

Escribo este artículo en respuesta al que publicó hace poco @Livingstone85, pero sin ánimo de polemizar con él, más que nada porque estamos de acuerdo en gran parte de las premisas.

Sin embargo, me gustaría dejar las cosas claras, abandonar la neolengua, o la paleolengua de la doblez, y enfrentarnos a lo que relmente decimos cuando decimos algunas cosas.

En primer lugar, derribar a un gobierno con movilizaciones en la calle, significa poner la fuerza por encima de los votos, lo que supone que hay dos maneras de medir el poder popular: contando votos en las urnas y contando bofetadas en la calle.

No lo pintemos de guay: decimos eso.

Decimos que en un geriátrico se pueden obtener doscientos votos de los internos, pero los doce celadores pueden, y deben, imponer su voluntad a los doscientos abuelos, porque pueden, y deben, hacer valer la opinión de los jóvenes sobre la de los viejos, la de los sanos sobre los enfermos y la de los que trabajan sobre los inactivos. Por vueltas que se le dé, el razonamiento revolucionario o de movilización es tan nietzschiano como eso.

Cuando el poder popular se ejercía contra dictaduras o monarquías absolutas, el tema estaba bastante más claro: era la fuerza del pueblo contra la fuerza del Gobierno. Ahora, cuando ese Gobierno se basa en una votación y en unas instituciones, el asunto no es tan sencillo de determinar quienes se enfrentan

De lo que se trata ahora, en Francia, por ejemplo, es de que los que cogen un coche para salir a trabajar a diario, se impongan a los que se quedan en casa o viven en una gran ciudad, con un transporte público eficiente, por más que estos sean muchos más.

De lo que se trata en una movilización como la de los chalecos amarillos, es de demostrar que la violencia sobre los espacios comunes es una variable que no se puede descartar, y que las opiniones no se cuentan simplemente, sino que todavía se pesan, por lo que no es igual una huelga de informáticos que una de mineros. Todos sabemos que es cierto, pero no nos gusta reconocerlo: la capacidad de ejercer violencia, de amenazar al otro, y de generar destrucción está en la base de este argumento, por más que se disfrace de derechos y no sé que, como en el artículo de @Livingstone85.

Al final, el debate sobre al lucha callejera y la presión popular se centra fundamentalmente en eso: en la legitimidad de los votos, y la legitimidad de la fuerza, y no reconocerlo es una acto de hipocresía.

Así que empecemos por hablar claro y luego se verá.