Hubo un tiempo en el que se asesinaba a panaderos u obreros de la construcción por ser concejales del PP o PSOE en Euskadi. También se quemaban coches de gente por criticar los crímenes de ETA o simplemente por militar en esos partidos, y se apedreaban manifestaciones que pretendían condenar el último asesinato de la banda. Por aquel entonces la violencia y el totalitarismo volvían tremendamente difícil la vida de todo aquel que se opusiese al modelo de pensamiento único sostenido por ETA y HB.
Lo que hoy he visto en Alsasua es diametralmente opuesto. Ni un acto de violencia, ni una pedrada (en Libertad Digital pusieron un vídeo para alegar que las hubo, pero no aparece ninguna) y solamente muestras pacíficas de rechazo al mitin unitario de la derecha. Campanas sonando, caceroladas y manifestantes que gritan mucho pero no agreden a nadie. Sin duda, durante los últimos años el número de cabestros ha disminuido drásticamente en Euskadi.
Sin embargo, hay gente que pretende sostener contra viento y marea que la situación allí sigue siendo la misma, y que ellos son los mártires dispuestos a penetrar en el territorio comanche abertzale con riesgo de sus vidas, simplemente porque aman a España sobre todas las cosas. Seamos serios: ellos nunca fueron mártires. En el caso del PP, lo fueron sus concejales de pueblo, carne de cañón que moría asesinada por fanáticos para que la cúpula de su partido ganase votos en Madrid o Castilla y León mientras robaba a manos llenas. Esos concejales (auténticos mártires) me merecen un enorme respeto, a diferencia de la escoria política que los instrumentalizaba desde las altas esferas. Pero, a día de hoy, ni siquiera ellos son mártires, pues los cabestros que había en Euskadi ya se han civilizado.
El mitin unitario de la derecha en Alsasua es otro truco de trilero. Han elegido un pueblo muy abertzale donde la gente estaba especialmente caliente por el encarcelamiento de los chicos que se pelearon en el bar con los guardias civiles fuera de servicio, y que han sufrido penas superiores a las de los grandes ladrones de guante blanco (Urdangarin, Rato y cía) por esa pelea. Han elegido ese pueblo porque era donde más probabilidades existían de que a alguien se le fuera la mano y hubiera palos. Sin embargo, no ha sucedido. La población de cabestros ha disminuido drásticamente, por mucho que fastidie a los intereses de Rivera-Casado-Abascal.
El acto teatral de hoy les servirá para distraer un poco más la atención sobre sus ruegos a Merkel para que vete la subida del salario mínimo, o sobre su bloqueo a las mejoras sociales que incluyen los presupuestos generales a los que se oponen férreamente. Es lo único que tienen que ofrecer: cortinas de humo, odio y enfrentamientos gratuitos para que miremos hacia otro lado mientras nos roban la cartera. La práctica extinción de los cabestros euskaldunes ha sido una mala noticia para ellos. El despertar del espíritu crítico de los españoles implicaría, simplemente, su desaparición.