El otro modo de hacer prisioneros

           Suena muy bien eso de utilizar todos el transporte público, ahorrando energía, tiempo y dinero. Suena muy bien eso de tener todos una bici para los pequeños desplazamientos, fácil de aparcar, autónoma y económica. Suena genial suprimir el tráfico, y reducir ruidos, y limpiar la atmósfera de peligrosas emisiones contaminantes.

           Suena todo de pegada, ¿pero nos hemos parado a pensar lo que supone, en la práctica, la pérdida de autonomía y la dependencia de las autoridades para poder movernos en una ciudad? Me podéis llamar neurótico si os parece, pero todo se orienta en la misma dirección: concentrar el poder en muy pocas manos, de modo que la autoridad, una autoridad que no sabemos si podremos elegir o no, pueda amenazar con apretar un día un botoncito y hacer que los díscolos se queden en casa indefinidamente.

           Cuando la gente deja mayoritariamente de tener coche, ¿qué pasa si un día o una semana deciden cerrar el Metro porque no gustan las protestas? ¿Qué ocurre si deciden suspender el servicio público, ya sea a iniciativa de la autoridad competente o por una huelga de trabajadores? ¿En qué situación quedamos si se imponen restricciones, o un corralito, o un racionamiento?

           Cuando el coche es eléctrico y todo el parque, quizás de un millón o dos de unidades, depende de un sólo interruptor, ¿qué poder le queda al ciudadano contra el que maneja ese interruptor?

           Parece que llevanos ese camino. Por si no fuera poco grave el hecho de que a menudo desconocemos donde viven nuestros amigos, o que no sabríamos cómo encontrarnos con los nuestros si alguien apaga de golpe internet y la telefonía móvil, resulta que apostamos también por permitir que grupos ajenos y reducidos nos obliguen a permanecer en nuestras casas, o nos conviertan en rehenes confinados en un pequeño espacio urbano, en un aprisco de diseño que hemos construido nosotros mismos a fuerza de aplaudir todo lo que nos resta libertad.

           Parecemos gilipollas.

           O a lo mejor es que soy muy viejo y la modernidad es eso. Vete a saber.