Nuncio Fratini: comulgar con ruedas de molino

La iglesia católica española, y particularmente su jerarquía, se benefició durante los 40 años de la dictadura franquista de muchos y variados privilegios que le permitieron alcanzar una situación hegemónica, prácticamente de exclusividad, en el panorama religioso español.  Quedaba así revocada la famosa sentencia de Azaña, a la sazón ministro de la Guerra, ante las cortes constituyentes de 1931: España ha dejado de ser católica. La frase no quería decir que hubiera pocos creyentes católicos, pero era algo más que un deseo; era la constatación de la pérdida constante de la tradicional influencia de la iglesia en la sociedad y en la política española. Una pérdida originada en la pujante acción política y cultural de una nueva sociedad que avanzaba hacia la modernidad y la laicidad tomando como ejemplo (¡por fin!) las naciones más avanzadas del mundo occidental.

La reacción de los sectores conservadores católicos ante los avances hacia el laicismo de la segunda república española fue furibunda y cruenta, constituyendo desde el primer momento un apoyo fundamental para el bando franquista de la guerra civil.

Tras la victoria en la guerra, y la subsiguiente derrota de las potencias del eje, que eran sus principales valedoras internacionales, el principal problema del régimen franquista era la obtención de un reconocimiento internacional que le había sido negado por las naciones unidas en el año 1946:

 

… el 12 de diciembre de 1946, la Asamblea General de la ONU acordó por 34 votos a favor, seis en contra y trece abstenciones, la condena del régimen franquista en la que se decía que «por su origen, naturaleza, estructura y comportamiento general, el régimen de Franco es un régimen fascista, organizado e implantado en gran parte merced a la ayuda de la Alemania nazi y de la Italia de Mussolini», lo que «hace imposible que este pueblo participe con los de las Naciones Unidas en los asuntos internacionales… hasta que se forme en España un gobierno nuevo y adecuado… cuya autoridad emane del consentimiento de los gobernados». A continuación recomendaba la inmediata retirada de los embajadores acreditados en Madrid. Esta última medida fue aplicada por la gran mayoría de los países. (1)

 

Pero favor con favor se paga, y la iglesia católica vino al rescate de la dictadura franquista. Y lo hizo gracias a una pequeña herencia del fascismo italiano: el miniestado de la Ciudad del Vaticano al cual Mussolini había otorgado el reconocimiento como estado soberano en los pactos de Letrán de 1929. Gracias a ello, la iglesia católica española negoció con el régimen dictatorial franquista un Concordato, aprobado en 1953, que adquirió el rango de tratado internacional y supuso de facto el primer reconocimiento exterior de la dictadura. Naturalmente, nada es gratis cuando se negocia con la iglesia católica, que obtuvo con ello todos los privilegios necesarios para recomponer por la fuerza su dominio cultural y educativo en España. El triunfo del nacionalcatolicismo oficial, sustitutivo de la inicialmente preponderante ideología fascista de los sectores falangistas, fue aplastante y se convirtió en la ideología oficial del Estado. La abrumadora identificación de los españoles con la religión católica al final de los años 70 da fe de su eficacia para  el éxito de las tareas evangelizadoras de la iglesia.

Tras la dictadura, y llegada la época de la llamada transición, la iglesia no renunció de facto a esos privilegios. Los actualmente vigentes acuerdos con la Santa Sede fueron negociados subrepticiamente con las autoridades con anterioridad a la Constitución de 1978, en cuya redacción se dejó claro la necesidad de que el estado debía colaborar con la iglesia católica (lo cual constituía un ridículo oxímoron al contraponerse con la inmediatamente anterior declaración de aconfesionalidad del estado). La rápida aprobación de esos acuerdos tras la publicación del texto constitucional evidenció la estafa urdida al pueblo español para mantener las prebendas de la iglesia.

Así las cosas, han pasado más de 40 años en los que, ahora sí, España ha dejado de ser católica. La creciente secularización de la sociedad española avanza de forma demoledora, relegando el sector católico practicante de la población a una clara minoría cuya edad media avanza sin parar evidenciando el abandono de la religión en las nuevas generaciones de españoles. El barómetro del CIS confirma oficialmente que la religión desaparece y que la observancia de los ritos se desploma.

El aferramiento de la jerarquía católica a las prerrogativas plasmadas en los acuerdos con la Santa Sede  de 1979 (y a otras conseguidas posteriormente) es posiblemente un factor más que ha acelerado esa secularización de la sociedad española, si bien constituye una garantía para la iglesia de jugosos y rentables negocios: exención de impuestos, inmatriculaciones, evangelización en ejército y educación a través de catequistas sostenidos con fondo públicos, etc.).

No es extraña entonces la reticencia de la iglesia española a condenar públicamente a Franco y a su dictadura. Durante 40 años su táctica ha sido más bien tratar de dejar caer en el olvido el régimen anterior, con el objetivo de que olvidáramos su vinculación con la dictadura y el papel que jugó para su inicial reconocimiento internacional. Es la misma táctica adoptada por la derecha política española surgida de la anterior clase dirigente franquista. Al principio se invocaba la prudencia necesaria para no dar alas a los sectores reaccionarios que se suponían agazapados en la administración y el ejército heredados de la dictadura, en los cuales no se realizó ningún tipo de limpieza orientada a su subordinación a la nueva legalidad democrática. Pasados los años, se aludió entonces a una supuesta inoportunidad de resucitar viejos rencores olvidados. Pero las víctimas de la dictadura, o bien aún vivas o bien fallecidas pero representadas por sus familiares, son condenadas al ostracismo y contemplan como los verdugos son enaltecidos y los cadáveres de los demócratas que lucharon contra la dictadura y fueron asesinados siguen en las cunetas. Nadie en la administración hizo nada por curar sus heridas. Los escasos avances de la ley de Memoria, finalmente aprobada, son boicoteados por la derecha política española con el fácil recurso de cortar su financiación con fondos públicos.

Y ahora viene la jubilación del embajador del Vaticano en España Renzo Fratini. Tras varios años de forzada neutralidad en los asuntos que involucran a la Memoria Histórica y al respeto que merecen la dignidad de las víctimas de la dictadura, el nuncio ha bajado la guardia en una entrevista concedida con ocasión de su despedida. Y han aflorado sus autçenticos pensamientos al respecto.

A Fratini no le parece bien que el gobierno trate de exhumar a Franco y sacar sus restos del Valle de los Caídos, por lo que se deduce que es partidario de que se le mantenga un imponente mausoleo pensado expresamente para rendirle homenaje como caudillo de España por la gracia de dios, construido con la sangre, sudor y lágrimas de presos políticos republicanos para quienes no había alternativa a ese trabajo de esclavos. Un santuario ofrecido a la iglesia para su custodia para garantía de su continuidad en el tiempo. Un pacto sellado con una inmensa cruz puesta estratégicamente para infundir temor a todos los que la contemplaran en la lejanía.

Dice el Nuncio que es mejor dejar a Franco en paz, que ya juzgará dios sus actos. Un pobre consuelo para quienes han perdido esa fe inculcada por la fuerza a los españoles durante 40 años de dictadura, o para quienes simplemente no la han tenido nunca. El embajador del Vaticano ve motivos políticos e ideológicos en esta iniciativa legal de un estado democrático que llevarán a dividir en bandos enfrentados a la sociedad española. Más le valdría leer en su evangelio el refrán de la paja y de la viga en el ojo. Franco está ahí precisamente por motivos políticos, por ensalzar una dictadura genocida fascista sustentada en gran parte en el poder de la iglesia católica española. Una más de las manchas en la historia de la iglesia católica pero, a diferencia de otras, mucho más reciente.

En el colmo de la desfachatez ( ¿o será más fachatez?), el nuncio señala que algunos consideran a Franco como alguien que liberó a España de la guerra civil. ¡No les basta con las hostias, nos quieren hacer comulgar con ruedas de molino! Fue precisamente el bando nacional quien, ante el fracaso del golpe de estado, prefirió barrer España a sangre y fuego antes que dar un paso atrás. Entonces la iglesia católica no dudó en aliarse con él y, tras 80 años, parece que ahí siguen codo con codo.

Salud.

 

(1) es.wikipedia.org/wiki/Dictadura_de_Francisco_Franco