Nuestro derecho a las drogas

Ante la ausencia de partidos de derecha en España, se evidencia un desconocimiento sobre nuestra intensa lucha para deshacernos del control que el Estado ejerce sobre nosotros y nuestros "vicios", que son tan nuestros como cualquier otra cosa. Este artículo servirá un poco como ventana hacia nuestro marco de pensamiento en este asunto en concreto.

Hace poco tuve una conversación con un conocido sobre lo contradictorio que resulta proclamarse "defensor de la libertad" y, a la vez, promover estrictas regulaciones sobre el consumo de sustancias. Me respondió, titubeando, algo sobre la protección del individuo "frente a sí mismo". Quedé pensativo. ¿No residirá justo en esa actitud la raíz de un paternalismo hipócrita que genera más daño que beneficio?

Han pasado ya más de 30 años desde la publicación de Our Right to Drugs, aquella incisiva obra de Thomas Szasz defendiendo la libertad y la autonomía personal frente al paternalismo de un Estado omnipresente. Y pese al tiempo transcurrido, tristemente, en muchos países la realidad ha empeorado. Si observamos más allá de las fronteras de EEUU, podemos percibir un cuadro similar y agravado, marcado por horrores todavía peores que aquellos contra los que alertaba Szasz.

Una prohibición internacionalizada: realidad actual del control estatal

Filipinas, país hermoso y golpeado que conozco bien al vivir relativamente cerca. Rodrigo Duterte propulsó allí una polémica "guerra contra las drogas", con saldo de muertos en cantidades escandalosas, ejecuciones arbitrarias y una sociedad fracturada moralmente. Leo cualquier titular al respecto y recuerdo a Szasz advirtiendo que detrás de cada "protección estatal" siempre existe un medio alternativo menos violento, más compatible con los derechos esenciales del individuo.

Lo mismo ocurre, de forma distinta, en países como Rusia o China, donde centros estatales de "tratamiento obligatorio" someten a las personas a vejaciones y actos inhumanos bajo el escudo del bienestar colectivo. Mientras tanto, silenciosamente, cada caso acaba convirtiéndose en más combustible para alimentar la maquinaria estatal que profitando del miedo, legitima los abusos en nombre del "orden moral".

El panóptico perfecto: medicina, vigilancia y control digital

Vivimos un tiempo curioso, donde se mezcla fascinación ingenua por tecnologías digitales con la pérdida voluntaria, parece, de autonomía individual. Lo que Szasz describió en los 90 sobre la vigilancia de recetas médicas es hoy una preocupante realidad tecnológica. ¿El resultado? El Estado entrando en tu vida, tu privacidad, reglando detalladamente cada pastilla, cada elección médica.

Basta ver iniciativas actuales como el mecanismo Aadhaar en India: sistemas donde, bajo la bandera de proteger nuestra salud, terminamos regalando nuestro derecho fundamental a la privacidad, entregando nuestra intimidad a un ente impersonal y lejano.

Ahora os pregunto a los meneantes: ¿No es acaso esto una prueba evidente de que la preocupación original de Szasz sigue vigente, con dimensiones que él mismo probablemente ni imaginó?

Daños colaterales, o cómo el Estado alimenta violencia y sufrimiento

México. Menciono este país con tristeza; pienso en amigos mexicanos frustrados hasta la desesperación ante un círculo vicioso de corrupción, violencia inagotable y comunidades desgarradas. ¿Y la raíz de todo? Precisamente el prohibicionismo rígido, que dio vida y fuerza extrema al mercado negro y al poder adicional de las grandes mafias.

Al Estado mexicano le tomó menos de un siglo de regulación estricta descubrir, a costa de miles de vidas inocentes, que la violencia se intensificaba, y jamás disminuía. Todo, sin embargo, por insistir en resolver por la fuerza lo que debería depender del derecho personal a decidir qué introduce cada quien dentro de su cuerpo.

Un pacto ético básico: soberanía personal frente al paternalismo estatal

¿Dónde termina el rol del Estado? El dilema ético fundamental quizá se resumiría en eso: la soberanía individual frente a la servidumbre paternalista. Y en ello recuerdo, tristemente, casos extremos: enfermos crónicos privados en Reino Unido o Japón de medicamentos basados en cannabis que podrían mejorar su calidad de vida. Personas comunes castigadas indirectamente por la arrogancia moral de reguladores y políticos que creen saber mejor qué es lo conveniente que el propio afectado.

Personalmente, siento incomodidad moral ante esta idea: que alguien, desde una oficina gubernamental, tenga más derecho a decidir sobre mi cuerpo, mi bienestar o mi alivio del dolor que yo mismo.

La alternativa olvidada: Mercado libre y responsabilidad personal

Algunos países, incluso dentro de marcos regulatorios "tímidos", han comenzado a liberar ligeramente la presión estatal. Aquí destaca el caso portugués, una tímida pero prometedora experimentación con la descriminalización. ¿Y el resultado? Una sociedad menos violenta, menos adicta, más consciente y más humana, a pesar de seguir todavía dentro de cierto grado de paternalismo estatal. ¿Qué sería entonces, pienso a menudo, de un sistema plenamente libertario de regulación de sustancias?

Es difícil decirlo con certeza, pero a la luz de los resultados actuales no parece difícil imaginar un escenario más ético, seguro, transparente y humano donde cada persona tome decisiones personales plenamente responsables para sí misma, acuerdo mutuo y donde la sociedad respete, sin condiciones, el orden voluntario naciente de millones de decisiones pacíficas individuales.

Reflexión final: Hacia una ética libertaria del propio cuerpo

Termino este ensayo con una reflexión personal. Las sociedades se construirán siempre en la incomodidad inevitable producida por la diversidad de opiniones y elecciones. Pero de algo sí me convenzo cada día más: es mucho más digna una incomodidad libremente elegida, basada en decisiones personales autónomas, que la fría imposición coercitiva de la uniformidad.

Quizá sea utópico el camino hacia una libertad química plena. Quizá me equivoque al idealizar tanto la autonomía personal como ley máxima de convivencia. Pero prefiero mil veces equivocarme por respeto excesivo hacia la libertad personal que acertar en la imposición coercitiva a los demás.

Hoy, tres décadas después de Szasz, su llamado a la libertad química encuentra eco más allá del contexto estadounidense original. Encuentra un eco universal, ante sociedades ya cansadas de depender del Estado para decidir cómo deben vivir o morir.

Quizá, es hora al fin de escuchar.