El mito de la igualdad. ¿Por qué tanta igualdad no es buena?

La naturaleza es desigual: no existen dos gotas de agua iguales, el león se come a la gacela, los chimpancés viven en comunidades jerárquicas, algunos insectos nacen siendo bonitas mariquitas y otros feas cucarachas, unos seres humanos nacen altos, otros bajitos, algunos feos, otros guapos, otros superdotados y otros poco inteligentes.

A pesar de que la vida está plagada de desigualdades, pareciese que los seres humanos no nos llevásemos bien con ellas y nos pareciese injusto incluso aquello que forma parte de lo que viene dado por la naturaleza. Al fin y al cabo, ¿por qué Brad Pitt nació tan guapo y la mayoría de los mortales somos seres del montón? ¿Por qué él puede tener a cualquier mujer con un simple chasquido de dedos y el resto debemos sacar el pico y la pala para obtener algo? Visto así, claramente esto es injusto. Quizás deberíamos reclamar a Irene Montero igualdad a la hora de ligar: ¿Qué pasa con los menos agraciados?, ¿o con los tímidos y los introvertidos?, ¿o con los discapacitados? ¿No es injusto que todos ellos lo tengan más difícil para algo tan esencial en la vida humana como son las relaciones sexo-afectivas? ¿No debería el Estado intervenir de algún modo para regular las interacciones entre hombres y mujeres para corregir estas desigualdades? Lógicamente, las personas que reclamasen algo así serían tomados por locos y jamás este tipo de igualdad sería tenida en cuenta por ningún político. Sin embargo, a pesar de que esto suene absurdo, existe un mensaje que ha calado muy profundo en la sociedad y que, como diría Antonio Escohotado, es repetido por mesías autonombrados que prometen llevarnos “del infierno de la desigualdad al paraíso de la igualdad”.

Hoy en día todo se lee en clave de igualdad: “igualdad de género”, “igualdad de oportunidades”, “igualdad social”, y para conseguir estas anheladas igualdades pareciese que todo vale. Por ejemplo, la única igualdad que no es cuestionada por nadie es la igualdad ante la ley; sin embargo, para corregir supuestas desigualdades entre sexos se creó la Ley Integral de Violencia de Género que establece tratos diferentes a hombres y mujeres en función de su sexo. En otras palabras, para corregir una “desigualdad” hubo que crear otra, para corregir una “injusticia”, hubo que crear otra.

Si nos fijamos, las personas que defienden estas políticas, siempre utilizan una narrativa que giran en torno a las luchas de poder; es decir, todo lo leen en términos de poder y privilegios: los hombres (arriba) vs las mujeres (abajo); los ricos (arriba) vs los pobres (abajo); los empresarios (arriba) vs los trabajadores (abajo). Qué decir que este relato maniqueo no es más que un tremendo reduccionismo, un ver la realidad en blanco y negro no prestando atención a los diferentes colores y tonalidades de la misma. Como decía Gregory Bateson:

No hay nada más práctico que una buena teoría.

Y si la teoría es un relato maniqueo de opresores y oprimidos, entonces, arreglados estamos. Creo que huelga decir que todos deseamos que se nos trate con igualdad independientemente de nuestro sexo, raza, estrato social u orientación sexual. El problema es que este concepto sano de igualdad se distorsiona, se retuerce, se le da formas equivocadas, y a través de él se terminan realizando auténticas atrocidades: Stalin dejó millones de muertos a sus espaldas, la Revolución Francesa miles de guillotinados, la Revolución Cubana miles de muertos y gran pobreza. Como decía Librado Rivera:

Las ideas, por bondadosas que sean, no se imponen; se exponen, para que las acepten quienes las consideren ajustadas a la verdad.

Cuando para defender una idea has de imponerla, porque no eres capaz de convencer a los demás sin imposiciones, es que esa idea no tiene tanto valor. Sin embargo, los justicieros sociales no piensan de la misma manera. Ellos piensan que su moral —la única correcta— ha de ser impuesta al resto de personas en nombre de nobles ideales, aunque para ello haya que producir violencia, desigualdades e injusticias. Como dice Daniel Patón:

Siempre esa igualdad no es constructiva, sino que es una igualdad de lucha contra los que no son como nosotros.

En primer lugar, hay que decir que la igualdad es una entelequia, un imposible. Incluso la igualdad ante la ley, a efectos prácticos, sabemos que no se da, ya que los jueces tienen sesgos (a menudo inconscientes), los abogados que nos representan no son todos iguales (algunos son mejores y otros peores, algunos más caros y otros más baratos) y las capacidades de las personas para mentir tampoco son iguales (algunos mienten muy bien y otros son completamente incapaces). Pero es que, además de ser imposible, una buena parte de la igualdad es indeseable. No todas las desigualdades son malas (la desigualdad es sinónimo de diversidad y riqueza y la igualdad de homogeneidad y uniformidad) y no todas las desigualdades son injustas (la altura, la belleza, incluso, si ha sido acumulada pacífica y justamente, el grado de riqueza de la familia en la que uno nace). La teoría de las inteligencias múltiples de Gardner nos señala que no todas las personas pueden ser Einstein, o Beethoven, o Sócrates, o Shakespeare. Si llevásemos la teoría de la igualdad hasta las últimas consecuencias, ¿deberíamos ir en contra de los diferentes?, ¿de los que sobresalen? ¿Si nos hubiésemos dejado llevar por un culto a la igualdad, al que no destaca, al hombre medio, la sociedad hubiese avanzado con la misma velocidad? Como dice Daniel Patón:

Si favoreciéramos a las personas que son estándar (esas que forman el 60% de la población, más o menos), estaríamos provocando lo que llamamos una regresión a la media; es decir, cada vez habría menos variación. Si seleccionamos solamente a las personas que tienen un coeficiente intelectual o una inteligencia media estaríamos consiguiendo que la sociedad se estancara, no evolucionara. (…) Las sociedades humanas han ido evolucionando a lo largo de la historia basándose en la creatividad, en los genes que están ligados a la creatividad. (…) El pensamiento divergente, que es el pensamiento típico del superdotado, está asociado a mayor creatividad. (…) Por tanto, una sociedad que imponga el igualitarismo, es una sociedad condenada a menguar, porque no va a favorecer la creatividad, la incorporación de elementos divergentes pero necesarios. (…) Las sociedades humanas son muy diferentes unas a otras, y las sociedades que no toleran las diferencias, son sociedades, a lo largo de la historia lo hemos visto, condenadas a desaparecer. Los grandes genios de la historia (…) han sido siempre personas singulares, diferentes.

La joya de la corona del debate de la igualdad es la llamada “igualdad de oportunidades”, es decir, que todo el mundo arranque del mismo punto de partida, porque para que haya igualdad de oportunidades se ha de partir, como si fuese una carrera, desde la misma línea de salida. Aunque esta idea suena razonable, tiene un problema. Como dice Axel Kaiser:

El problema de este ejemplo es que una carrera de 100 metros planos es un juego de suma cero (ganó uno y todos los demás perdieron). En el mercado no es así. Si Bill Gates o Steve Jobs se hicieron millonarios, ¿eso fue porque a nosotros nos fue peor, porque perdimos, porque había un único puesto de ser rico? Absolutamente al revés, (…) ese tipo de ricos mejoran la situación de todos nosotros, nos hacen más ricos. (….) ¿Acaso no nos beneficiamos del sistema operativo Microsoft, nos hace más productivos y nos mejora la calidad de vida?

Por otro lado, la igualdad de oportunidades crea una paradoja:

Supongamos que partimos en absoluta igualdad de condiciones (misma educación, misma salud, mismo dinero…), como partimos todos desde el mismo punto, decimos: el resultado lo vamos a respetar, porque hay condiciones de justicia originales, ¿qué pasa transcurrida la carrera? Obviamente, unos habrán llegado más ricos que otros, porque los talentos son diferentes, las disposiciones al esfuerzo son diferentes, las preferencias, la suerte… Entonces, la primera generación se jubiló (…) y resulta que hay unos que tienen mucho más dinero que otros. Ahora la pregunta es: ¿qué pasa con la segunda generación? (…) ¿No tenemos ahora una situación en la cual los que llegaron más lejos pueden transferirle esas ventajas a sus hijos? ¿No se destruye de nuevo la línea de partida para la segunda generación? (…) Esto produce nuevamente desigualdad de oportunidades. (…) La pregunta es: ¿cómo garantizamos igualdad de oportunidades de nuevo? Violando el pacto inicial: a mí me tienen que aplicar un impuesto del 100% de la herencia o algo parecido (…) para evitar beneficiar a mis hijos que, según el argumento, no tienen ningún mérito por haber sido mis hijos, los méritos los tengo yo.

Es decir, que el sistema de igualdad de oportunidades, si se aplica a rajatabla, termina siendo el mismo que el sistema de igualdad de resultados. Por otro lado, si siempre va a haber igualdad de resultados, entonces, ¿para qué esforzarse? Como dice Jordan Peterson:

El motivo por el que alguien se esfuerza para mejorarse a sí mismo (…) es para producir desigualdad. Tú intentas elevarte por encima de la mediocridad cada vez que te esfuerzas por lo que sea. (…) Lo estarías haciendo desigual de una manera justa.

Creo que un concepto más interesante que el de “igualdad de oportunidades” es el de “libertad de oportunidades”, es decir, debido a que aquella es materialmente imposible, lo que sí que es más factible es que se intente que no haya nadie que te impida acceder a una oportunidad. Por poner un ejemplo: igualdad de oportunidades en el basket sería que hubiese una política de cuotas en los equipos donde tuviese que haber, de manera obligatoria, un porcentaje de jugadores que midan menos de 1,80. Por el otro lado, libertad de oportunidades sería que nadie te impida presentarte a una prueba en un equipo de baloncesto a pesar de que seas bajito y partas en desventaja con respecto a tus compañeros. Como ha ocurrido en ocasiones a lo largo de la historia, en la NBA han llegado a jugar jugadores considerados bajitos como Muggsy Bogues que medía 1,60, pero que no llegó por una política de cuotas, sino por dos razones: porque tenía mucho talento y porque no hubo ningún sistema que le impidiese jugar al baloncesto aun siendo bajito. Si en la NBA se hubiese implantado una política de cuotas para corregir una supuesta injusticia como es la ventaja de haber crecido más que los demás, hecho que otorga una considerable ventaja para el ejercicio de la profesión, entonces se hubiese incurrido en una injusticia manifiesta, y es que, cierto número de jugadores, siendo válidos para ese equipo en condiciones normales, no hubiesen llegado a jugar en el mismo tras la implementación de dicha política; es decir, estarían siendo sustituidos por personas menos capaces que ellos. A esto se le llama discriminación positiva. Pero hay que tener en cuenta que toda discriminación positiva (los jugadores bajitos a los que se les da preferencia por la altura) lleva aparejada una discriminación negativa (los jugadores altos que son válidos, pero se quedan sin jugar en ese equipo).

Un argumento a favor de este tipo de políticas suele ser que “a situaciones desiguales le corresponden medidas desiguales”; es decir, que unas personas están en posiciones de privilegio frente a otras por definición. El problema de esta idea es que se generaliza y se otorgan etiquetas de “privilegiados” o “desfavorecidos” u “opresores” y “oprimidos” en función de tu pertenencia a un grupo concreto. Estas ideas pueden llevar a aberraciones como las siguientes: la feminista Pamela Palenciano, por el supuesto de que los hombres están en una situación de privilegio frente a las mujeres, considera que el maltrato de mujer a hombre está en una categoría inferior al maltrato de hombre a mujer. Es decir, aun siendo los hechos los mismos, debido a una situación de poder y privilegio, el hombre estaría ejerciendo mayor maltrato sobre la mujer por el hecho de ser hombre, de lo cual, siguiendo su lógica, deduzco que defendería que las penas que debería afrontar un hombre maltratador serían más severas que las que afrontaría una mujer maltratadora (desigualdad ante la ley).

Pero supongamos que soy un hombre heterosexual con dinero, pero con diabetes, tímido, del montón, calvo, con cierto sobrepeso, con depresión… y estoy saliendo con una mujer bisexual sana, atractiva, extrovertida…, pero que me maltrata. ¿Aquí quién es el que pondera que por el hecho de ser hombre o heterosexual yo pertenezco a un grupo privilegiado? ¿Por qué razón yo debería pertenecer al grupo de los privilegiados y no ella? El problema, lo que se está haciendo, es separar la categoría hombre de todas las demás y asumiendo que, por definición, el que es hombre o blanco o heterosexual parte de una posición de privilegio frente al resto. Pero esto no tiene por qué ser asi. Para abordar esta cuestión se recurre al concepto de interseccionalidad que vendría a ser el cómputo de las categorías de privilegio a las que pertenece una persona (el hombre blanco heterosexual sería la categoría suprema de privilegio). El problema de la interseccionalidad es que hay infinitas categorías a las que pertenece una persona (sexo, orientación sexual, raza, religión, edad, atractivo físico, dinero, trabajo, salud, nacionalidad, amistades o ausencia de ellas, pareja o ausencia de ella, rasgos de personalidad, altura, fortaleza física, fortaleza mental, personas a su cargo, etc.). Y si hay infinitas categorías a las que pertenece una persona, ¿quién es el que pondera qué categorías son más válidas que otras? Porque para una persona que necesite del afecto de alguien la categoría “pareja” puede ser tremendamente importante, la que le da sentido a su vida, pero para personas más desapegadas, la categoría “pareja”, puede ser una categoría menor. O, para una persona que ha vivido toda su vida en la opulencia y esta nunca le dio la felicidad, la categoría “dinero” puede tener un valor pequeño, pero para otras personas que han vivido toda la vida en la necesidad, la misma categoría, puede tener un valor supremo. Por tanto, no existe una forma de dirimir qué categorías son más válidas que otras, pero es que, además, las personas, al pertenecer a infinitas categorías, terminamos siendo el resultado de la pertenencia a infinitos grupos, con lo cual, la persona pertenecería a un grupo del cual él es el único miembro, y la paradoja que se daría, es que cada persona debería ser tratada en base a su pertenencia al grupo del cual es el único miembro, es decir, que las personas deberían ser tratadas por como son ellas mismas. 

En resumen, más allá de la igualdad ante la ley y de exigir un trato igualitario en la vida cotidiana con independencia de nuestra etnia, estrato social, religión, sexo u orientación sexual, el concepto de igualdad se torna perverso y contradictorio y no es más que un concepto bonito que es utilizado por aquellas personas que anhelan tener más poder y, para obtenerlo, ven con buenos ojos incurrir en tremendas injusticias y en manipulaciones para convencer a los demás de su noción perversa de justicia. Y lo malo de todo esto es que el resto de personas les compramos el discurso y nos lo creemos.    

No hay negocio más lucrativo que luchar por derechos que ya se tienen, en nombre de opresiones que no existen, con el dinero de aquellos a quienes se les califica de opresores". T. Sowell.