En el principio era el Karma,
y el Karma era bueno.
Y Ricardo, el Mesías, escribió el Antiguo Menéame Rancio.
Y vio la comunidad que era bueno.
Con comentarios en árbol,
con meneos sabrosos,
con notas en el notame,
con debates acalorados,
con el código abierto como evangelio
y la usabilidad como mandamiento.
Menéame era luz en la internet hispana.
Era ágora, era plaza pública,
era adictivo, era nuestro.
Pero un día apareció Daniel.
Y Daniel dijo que Menéame era rancio,
y que necesitaba un nuevo evangelio.
Propuso otro código.
Lo llamó el nuevo Menéame.
Pero el nuevo código no funcionaba.
Tenía errores,
no gustaba,
nadie lo usaba.
Y en vez de arreglarlo,
Daniel lo impuso por defecto.
Y se olvidó de él.
Los fieles se quejaron.
Pidieron volver al Antiguo Testamento.
Pero ya no había vuelta atrás.
El templo había sido reconstruido con bug y sin alma.
Años más tarde,
con un CEO ausente y una comunidad dispersa,
apareció Ángel.
Y Ángel trajo la publicidad.
Dijo que era para salvar al templo,
para salir de los números rojos.
Pero lo hizo a cambio del 25% de los ingresos,
la promoción de JotDown
y el permiso para atacar a Mediaset con editoriales disfrazados de noticias.
Y la comunidad vio que era malo.
Que el karma ya no premiaba el bien.
Que los meneos ya no movían montañas.
Que la portada estaba manchada de banners,
y los comentarios eran sombra de lo que fueron.
Y algunos huyeron.
Otros resistieron.
Y algunos, en secreto,
soñaron con un nuevo Mesías.
Con un nuevo código.
Con un nuevo Menéame sin dioses,
pero con karma.
Amén.