¿La experiencia es un qué?

Vale, que sí, que es cierto que con el paso de los años la gente va atenuando sus ramalazos y se vuelve menos impulsiva, que reflexiona más las cosas y sabe huir de las falsas soluciones, esas que son a la vez sencillas y elegantes. Pero, por contra, con el tiempo, esa misma gente se vuelve también menos activa, menos imaginativa y más adicta a repetir las cosas que le funcionaron, aunque fuesen enormes tonterías o ideas ya obsoletas e inaplicables.

Al final, si echamos cuentas, resulta que la experiencia, más que un grado, es un multiplicador, de manera que al sensato lo vuelve más sensato, pero al que era un majadero, lo vuelve un enorme y descomunal majadero, convencido de que sus soluciones caducadas van a ser el remedio óptimo en cualquier tiempo y lugar. Y además, en el segundo caso, el experimentado no sólo la lía, sino que la lía con ínfulas, diciendo cosas como "deja al que sabe" o "cuando tengas mis años...". Y no...

Hay que dejar hacer al que sabe, cuando sabe, pero cumplir años no añade conocimientos técnicos ni buen juicio. Pensar tal cosa es pensar como los espiritistas, que preguntan a los muertos cosas que esos mismos tipos nunca hubiesen sabido de vivos.

¿A qué ha dedicado usted todos estos años que tiene? A poner ladrillos., Pues bien: de poner ladrillos tiene que saber unas cuantas cosas, peor no venga a hablarme de economía. ¿Se ha preocupado de tener un pensamiento crítico y propio? No. Pues entonces sus muchos años son una simple acumulación de residuos tóxicos, como los metales pesados que se acumulan en los peces grandes, y es usted más tóxico por ser más viejo.

Debemos respetar a los viejos por supervivientes, pero no por inteligentes. Creer que la supervivencia procede necesariamente de la sensatez, del buen juicio y de la destreza, significa no haber entendido nada de la teoría del caos, que al fin y al cabo es la que verdaderamente rige el mundo.

Algo sabrá el viejo, sin duda, pero no necesariamente lo que necesitamos.