Nadie está libre de contradicciones, pero el tema del dinero virtual nos pone a todos entre la espada y la pared, obligándonos a elegir entre lo malo y lo peor, con consecuencias a veces nefastas para nuestra coherencia.
Por un lado, estamos hartos de que los gobiernos nos controlen, nos pongan limitaciones y cierren cada día un poco más ese aprisco en que se ha convertido la sociedad actual.
Por otro, odiamos los paraísos fiscales, las operaciones opacas de los ricos que se llevan su capital a otra parte con un clic y ríen de las legislaciones sociales y medioambientales a mandíbula batiente.
¿Y qué pasa con monedas como el bitcoin y similares?
Que sirven inevitablemente a las dos cosas.
Por una parte, son un resquicio donde aún puede mantenerse la privacidad sin que nadie te meta en una base de datos por haber comprado una revista porno, un medicamento contra una enfermedad cara (ya hablaré de eso, porque tiene tela) o simplemente una maqueta de un submarino.
Por otro, las monedas virtuales son un pórtico glorioso para que los ricos (porque los pobres no compran las habichuelas con bitcopins, no nos engañemos) se pasen por el arco de triunfo cualquier intento de legislar contra su ventaja.
¿Apoyamos estas monedas ajenas a la soberanía de los Estados? Genial, porque a menudo no nos gustan los Estados. ¿Podemos votar, aunque sea una vez cada cuatro años, fuera de esos Estados? Más bien no.
Es complicado.
Yo aún no lo he decidido del tod. ¿Cómo lo veis?