No hay semana que no lo lea diez o doce veces: España necesita cambiar su modelo de producción y, en lo que respecta al turismo, es necesario cambiar nuestro modelo de sol y playa por un turismo de mayor calidad. ¿Pero qué es eso del turismo de calidad?
Da igual cuánto se retuerza el engranaje del eufemismo o de qué se quiera vestir el muñeco: lo que en realidad se está diciendo es que hay que largar de aquí a los pobres y dar más facilidades a los que tienen más pasta, adaptando nuestra oferta a sus gustos y su nivel adquisitivo. Lo que se dice con el turismo es lo que nunca se diría con la población de un barrio o la clientela de una tienda: que hay que poner en la puta calle a los pobres.
Luego, cuando el tema nos sea más agradable al oído o nos pille de mejor humor, hablaremos de nuevo de gentrificación y aporofobia, pero si hablamos de turismo, amigos, entonces no existe ni gentrificación ni aporofiobia: hay que buscar turismo de calidad. Que es otra cosa. Que es rentable, sostenible y genera empleo estable y de calidad.
La cuestión es que, pro vueltas que se le de, pedir turismo de calidad es como pedir vecinos de calidad para tu piso o compañeros de calidad para el colegio de tus hijos: es lo mismo. Es dejar bien claro que los pobres no interesan, que hay que atenderlos y quererlos mucho, pero lejos, si es posible.
Los pobres tienen derecho a la educación, pero no donde llevo a mis niños.
Los pobres tienen derecho a la vivienda, pero no en mi barrio.
Los pobres tienen derecho a unas vacaciones y a tirarse un rato en la plaza, pero que vayan a Túnez, o a tomar por culo, que en España necesitamos turismo de calidad.
Por mucho que se quiera disimular, es eso.
La palabra calidad, en márketing, siempre fue el envoltorio de una broma. hora parece que también puede ser el envoltorio de un insulto.