Esa inmensa cruz

Hace ya 43 años que el dictador genocida estiró la pata (bueno, en realidad estaba tan entubado que probablemente no se movió en ese último instante). Hay que tener en cuenta que son más de los que estuvo ejerciendo de dictador, lo cual haría pensar a cualquier foráneo que su rastro en nuestro país debería ser casi inexistente. ¡Craso error! Las huellas del anterior régimen aparecen por doquier sin necesidad de complejas tareas detectivescas.

Miles de represaliados republicanos, la mayoríaasesinados en la retaguardia y en la postguerra, siguen enterrados en cunetas para vergüenza de cualquier español de bien y para desconsuelo de sus familiares y allegados (los que hayan sobrevivido).

La iglesia católica disfruta de privilegios y prebendas heredados del nacionalcatolicismo anterior, que el dramático (por lo rápido, no por lo trágico) proceso de secularización no ha podido menoscabar, pues los sucesivos gobiernos se han encargado de afianzarlos.

La jefatura del estado recae en Felipe Borbón, cuyo único mérito para ello es ser vástago del anterior, Juan Carlos Borbón, que a su vez llegó a serlo por el designio de su antecesor, el genocida que nos ocupa. Una monarquía reinstaurada en España por la fuerza en dos ocasiones, la segunda de ellas a sangre y fuego.

Una vez asimilado lo anterior, no resulta extraño que el dictador genocida Franco se encuentre aún enterrado en el mausoleo de dimensiones absurdas que él mismo ideó, utilizando para ello la mano de obra prácticamente esclava que obtenía de los prisioneros del bando legítimo derrotado. Un mausoleo pensado para exaltar los valores fascistas y nacionalcatólicos del bando sublevado contra la república legítima, vencedor de la trágica guerra civil provocada tras el fallido golpe de estado. Un monumento al cuidado de la iglesia católica, alentadora y justificadora de la cruzada franquista.

Dicen ahora que el gobierno socialista se ha propuesto sacar de allí los restos de Franco y resignificar el Valle de Cuelgamuros para convertirlo en un espacio de memoria y dignidad para las víctimas del franquismo. Una buena noticia, sin duda. Resulta, sin embargo, hartamente difícil que ese mausoleo cobre un nuevo significado a ojos de todas las personas que, de una forma u otra, lucharon contra la dictadura o la sufrieron como víctimas. Sería más oportuno demolerlo piedra a piedra, y que el tiempo lo sumiera inexorablemente en el olvido. Para memoria, dignidad y justicia de las víctimas, su pervivencia es totalmente innecesaria.

En todo caso, si persiste la idea de conservar ese absurdo monumento, me permito recomendar al gobierno y quienes les apoyen en este asunto que al menos derriben esa colosal cruz ideada para atemorizar a todos los que la contemplen desde la lejanía. Esa cruz no es un símbolo religioso, es un recuerdo del terror instaurado durante 40 años en este país, pensado para infundir temor. Ninguna persona de bien, sea ateo o de acendrado espíritu religioso, puede desentenderse de ese propósito inicial que alentó su erección.

Salud